PADRE NUESTRO

martes, 30 de noviembre de 2010

EL DIALOGO POR LA PAZ ES NECESARIO...

El diálogo por la paz es necesario

4. Ahora bien, ¿quién osaría prestar poca atención a tales guerras, algunas de las cuales duran todavía, a estados de guerra, o a las frustraciones profundas que dejan las guerras? ¿Quién podría imaginar sin temblar guerras todavía más extendidas y terribles, que siguen amenazando? ¿No es necessario hacer todo para evitar la guerra, incluso la "guerra limitada" llamada así con eufemismo por los que están directamente implicados en ella, teniendo en cuenta el mal qué representa toda guerra, su precio a pagar en vidas humanas, en sufrimientos, en devastación de lo que sería necesario para la vida y el desarrollo de los hombres, sin tener en cuenta el trastorno de la tranquilidad necesaria, el deterioro del tejido social, el endurecimiento de la desconfianza y del rencor que las guerras provocan hacia el prójimo? Y hoy día en que incluso las guerras convencionales resultan mortíferas; cuando se conocen las consecuencias dramáticas que tendría la guerra nuclear, es tanto más imperiosa la necesidad de parar la guerra o de alejar su amenaza. Y por consiguiente aparece como más fundamental la necesidad de recurrir al diálogo, a su fuerza política, que debe evitar el recurso a las armas.

El diálogo por la paz es posible

5 . Pero algunos, hoy día, que se consideran realistas, dudan de la posibilidad del diálogo y de su eficacia, al menos cuando las posturas son tan tensas e inconciliables que parece que no dejan lugar a ningún acuerdo. ¡Cuántas experiencias negativas, fracasos repetidos, parecerían apoyar esta visión desencantada!

Y no obstante, el diálogo por la paz es posible, siempre posible. No es una utopía. Por otra parte, incluso cuando no ha parecido posible, y se ha llegado al enfrentamiento bélico, ¿no ha sido indispensable de todos modos -después de la devastación de la guerra que ha puesto de manifiesto la fuerza del vencedor, pero no ha solucionado nada en lo que concierne a los derechos reivindicados- volver a la búsqueda del diálogo? A decir verdad, la convicción que expreso ahora no se basa en esa fatalidad sino en una realidad: en la consideración de la naturaleza profunda del hombre. Quien comparte la fe cristiana estará más fácilmente persuadido de ello, aun creyendo en la debilidad congénita y en el pecado, que dejan huellas en el corazón humano desde el principio. Pero todo hombre, creyente o no, aun siendo muy prudente y lúcido respecto al endurecimiento posible de su hermano, puede y debe mantener suficientemente la confianza en el hombre, en su capacidad de ser razonable, en su sentido del bien, de la justicia, de la equidad, en su posibilidad de amor fraterno y de esperanza, jamás pervertidos del todo, para apostar por el recurso al diálogo y su reanudación posible. Sí, al final los hombres son capaces de superar las divisiones, los conflictos de interés, incluso los contrastes que parecen radicales, sobre todo cuando cada parte está convencida de defender una justa causa, si creen en la fuerza del diálogo, si aceptan encontrarse para buscar una solución pacífica y razonable a los conflictos. Pero hace falta que no se dejen desanimar por los fracasos reales o aparentes. Hace falta que se avengan a reanudar sin cesar un verdadero diálogo -quitando los obstáculos y desmontando los vicios del diálogo de que hablaré más adelante- a recorrer hasta el extremo este único camino que lleva a la paz, con todas sus exigencias y condiciones.

Las virtualidades del verdadero diálogo

6. Creo útil recordar aquí las cualidades del verdadero diálogo. Estas se aplican ante todo al diálogo entre personas; pero pienso también y sobre todo en el diálogo entre grupos sociales, entre fuerzas políticas dentro de una nación, entre Estados en el seno de la comunidad internacional. Se aplican también al diálogo entre los grandes grupos humanos que se distinguen y contraponen en campo étnico, cultural, ideológico o religioso; porque los especialistas en cuestiones bélicas reconocen que la mayoría de los conflictos tienen en ello sus raíces, aun estando a la vez relacionados con los grandes antagonismos actuales Este-Oeste, por una parte, o Norte-Sur, por la otra.

El diálogo es un elemento central e indispensable del pensamiento ético de todos los hombres. Bajo forma de un intercambio, de esa comunicación entre seres humanos que el lenguaje permite, se trata en realidad de una búsqueda común.

- Fundamentalmente supone la búsqueda de lo verdadero, bueno y justo para todo hombre, para todo grupo y sociedad, tanto en la parte con la que se es solidario como con la que, por el contrario, se presenta como adversaria.

- Exige ante todo la apertura y acogida, es decir, que cada parte exponga sus puntos de vista, pero escuche también la exposición de la situación que presenta la otra, que siente sinceramente; con sus verdaderos problemas, derechos, injusticias de las que es consciente, soluciones razonables que propone. ¿Cómo podría establecerse la paz cuando una de las partes no se ha preocupado de considerar las condiciones de existencia de la otra?

- El diálogo supone pues que cada uno acepte esta diferencia y especificidad del otro; que mida bien lo que le separa del otro; que lo asuma, aun con el riesgo de tensiones que de ahí derivan, sin renunciar por cobardía o por coacción a aquello que reconoce como verdadero y justo, lo cual podría conducir a un compromiso falso; y, a la inversa, sin pretender tampoco reducir al otro a la condición de objeto, sino considerándolo como sujeto inteligente, libre y responsable.

- El diálogo es al mismo tiempo búsqueda de todo aquello que ha sido y sigue siendo común a los hombres, aun en medio de tensiones, oposiciones y conflictos. En este sentido, es hacer del otro un prójimo. Es aceptar su colaboración, es compartir con él la responsabilidad frente a la verdad y la justicia. Es proponer y estudiar todas las fórmulas posibles de honesta conciliación, sabiendo unir a la justa defensa de los intereses y del honor de la propia parte una no menos justa comprensión y respeto hacia las razones de la otra parte, así como las exigencias del bien general, común a ambas.

¿No es cada vez más evidente que todos los pueblos de la tierra se hallan en situación de interdependencia mutua en campo económico, político y cultural? Quien pretendiera liberarse de esta solidaridad no tardaría en pagar las consecuencias.

- Finalmente, el verdadero diálogo es la búsqueda del bien por medios pacíficos; es voluntad obstinada de recurrir a todas las fórmulas posibles de negociación, de mediación, de arbitraje, esforzándose siempre para que los factores de acercamiento prevalezcan sobre los de división y de odio. Es un reconocimiento de la dignidad inalienable del hombre. Tal diálogo se fundamenta en el respeto a la vida humana. Es una apuesta en favor de la sociabilidad de los hombres, de su vocación a caminar juntos de manera estable, mediante un encuentro convergente de inteligencias, voluntades y corazones hacia el objetivo que les ha fijado ei Creador: el de hacer la tierra verdaderamente habitable para todos y digna de todos.

La virtualidad política de tal diálogo no puede menos de dar frutos en favor de la paz. Mi venerado predecesor el Papa Pablo VI ha consagrado al diálogo una gran parte de su primera encíclica Ecclesiam suam. El escribía: "La apertura de un diálogo desinteresado, objetivo y leal ... lleva consigo la decisión en favor de una paz libre y honrosa; excluye fingimientos, rivalidades, engaños y traiciones" (Cf. AAS 56, 1964, 654). Esa virtualidad exige de parte de los responsables políticos de hoy una gran lucidez, lealtad y valentía, no sólo frente a los otros pueblos, sino también frente a la opinión pública de su propio pueblo. Supone con frecuencia una verdadera conversión. Pero no hay otra posibilidad ante la amenaza de la guerra. Y digámoslo una vez más: no se trata de una quimera. A este respecto podríamos citar a contemporáneos nuestros que se han cubierto de honor poniéndolo en práctica.

Obstáculos al diálogo. Los falsos diálogos

7. Creo conveniente denunciar aquí, en cambio, algunos obstáculos particulares al diálogo en favor de la paz.

No hablo de las dificultades inherentes al diálogo político, como la que se da con frecuencia al tratar de conciliar intereses concretos opuestos o de hacer prevalecer condiciones demasiado precarias de existencia, aun sin que se pueda invocar una verdadera injusticia por parte de otros. Pienso en lo que endurece o impide los procesos normales del diálogo. Ya he dejado entender que el diálogo queda bloqueado por la voluntad apriorística de no conceder nada, por la falta de escucha, por la pretensión de ser uno mismo y sólo él el patrón para medir la justicia. Esta actitud puede ocultar simplemente el egoísmo ciego y sordo de un pueblo, o más frecuentemente el deseo de poder de sus dirigentes. A veces éste coincide con una concepción ultrancista y pasada de moda de la soberanía y de la seguridad del Estado. Este corre entonces el peligro de convertirse en objeto de un culto, que podríamos llamar indiscutible, para justificar las empresas más discutibles. Orquestado por los poderosos medios de los que dispone la propaganda, tal culto -que no hay que confundir con el patriotismo bien entendido- puede inhibir el sentido crítico y moral aun de los ciudadanos más precavidos y empujar a la guerra.

Con mayor razón hay que mencionar la mentira táctica y deliberada, que abusa del lenguaje, recurre a las técnicas más sofisticadas de propaganda, enrarece el diálogo y exaspera la agresividad.

Finalmente, cuando algunas partes son alimentadas con ideologías que, a pesar de sus declaraciones, se oponen a la dignidad de la persona humana, a sus justas aspiraciones según los sanos principios de la razón, de la ley natural y eterna (cf. Pacem in terris, AAS 55, 1963, 300) -ideologías que ven en la lucha el motor de la historia, en la fuerza la fuente del derecho, en la clasificación del enemigo el a-b-c de la política- el diálogo resulta difícil y estéril, o, si continúa, es una realidad superficial y falseada. Se hace tan difícil que en la práctica es imposible. De ahí se sigue la casi incomunicabilidad entre países y bloques; se paralizan las mismas instituciones internacionales; y el fracaso del diálogo corre el riesgo de favorecer la carrera a los armamentos.

Sin embargo, incluso ante lo que puede ser considerado como un callejón sin salida en la medida en la que las personas se adhieren a tales ideologías, es necesario intentar de nuevo un diálogo lúcido para desbloquear la situación y abrir dentro de lo posible los caminos de la paz en puntos determinados, apoyándose en el sentido común, en las perspectivas del peligro generalizado y en las justas aspiraciones a las que se adhiere la gran parte de los pueblos.

El diálogo a nivel nacional

8. El diálogo por la paz debe instaurarse ante todo a nivel nacional, para resolver los conflictos sociales y buscar el bien común. Por lo tanto, teniendo en cuenta los intereses de los diferentes grupos, la concertación pacífica puede hacerse constantemente, a través del diálogo, en el ejercicio de las libertades y de los deberes democráticos para todos, merced a las estructuras de participación y a las múltiples instancias de conciliación entre los empleados y los trabajadores, en el modo de respetar y asociar a los grupos culturales, étnicos y religiosos que forman una nación. Desgraciadamente, cuando el diálogo entre los gobernantes y el pueblo no existe, la paz social está amenazada o ausente; es como si se viviera en estado de guerra. Pero la historia y la observación actual muestran que muchos países han conseguido o consiguieron establecer una verdadera concertación permanente para resolver los conflictos que surgieron en su interior, o igualmente para prevenirlos, dotándose de unos instrumentos de diálogo verdaderamente eficaces. Ante todo se dan ellos una legislación en evolución constante, que hace respetar unas jurisdicciones apropiadas para corresponder al bien común.

El diálogo por la paz a nivel internacional

9. Si el diálogo se muestra capaz de producir resultados positivos a nivel nacional ¿por qué razón no será así a nivel internacional? Es cierto que cada vez los problemas son más homogéneos. Pero el medio por excelencia sigue siendo el diálogo leal y paciente. Cuando éste falta entre las naciones, hay que hacer todo para instaurarlo. Cuando es deficiente, hay que perfeccionarlo. Jamás se deberá descartar el diálogo, recurriendo a la fuerza de las armas como medio para resolver los conflictos. La grave responsabilidad que aquí está comprometida, no es sólo la de las partes adversarias presentes, cuya pasión es difícil de dominar, sino también y más aún la de los países más poderosos que se abstienen de ayudarles a renovar el diálogo, abocándoles a la guerra, o tentándoles con el comercio de las armas.

El diálogo entre las naciones debe fundarse en la fuerte convicción de que el bien de un pueblo no puede obtenerse a costa del bien de otro pueblo. Todos tienen los mismos derechos y las mismas reivindicaciones de una vida digna para sus ciudadanos. Es esencial también progresar en la superación de rupturas artificiales, herencia del pasado, y de los antagonismos de bloques. Más aún es necesario reconocer la interdependencia creciente entre las naciones.

El objeto del diálogo internacional

10. Si se quiere precisar el objeto del diálogo internacional, hay que decir que debe basarse en concreto sobre los derechos del hombre, sobre la justicia entre los pueblos, la economía, el desarme y el bien común internacional.

Debe tender a que los hombres y los grupos humanos sean reconocidos en su especificidad, en su originalidad, con su necesario espacio de libertad, y, concretamente, en el ejercicio de sus derechos fundamentales. A este respecto, se puede esperar un sistema jurídico internacional más sensible a las llamadas de aquellos cuyos derechos son violados, y unas jurisdicciones que dispongan de unos medios eficaces propios, para hacer respetar su autaridad.

Si la injusticia bajo todas sus formas es la fuente primera de la violencia y de la guerra, es evidente que, de manera general, el diálogo por la paz es inseparable del diálogo por la justicia, en favor de los pueblos que sufren frustración y dominio por parte de los restantes pueblos.

El diálogo por la paz comporta necesariamente también una discusión sobre las reglas que rigen la vida económica. Porque la tentación de la violencia y la guerra estará presente siempre en aquellas sociedades donde la avidez, la carrera a los bienes materiales impulsan a una minoría satisfecha a rehusar a la gran masa la satisfacción de los derechos más elementales a la alimentación, a la educación, a la sanidad, a la vida (cfr. Gaudium et spes, 69). Esto es cierto a nivel nacional, pero también a nivel internacional, sobre todo si las relaciones bilaterales siguen siendo preponderantes. Es ahí donde la apertura a las relaciones multilaterales, particularmente en el marco de las Organizaciones internacionales, aporta una posibilidad de diálogo, menos cargado de desigualdades y, por lo tanto, más favorables a los criterios de justicia.

Evidentemente, el objeto del diálogo internacional llevará también al tema de la peligrosa carrera a los armamentos, con vistas a reducirla progresivamente, como ya sugerí en mi mensaje leído en la O.N.U., el pasado mes de junio, y con arreglo al mensaje que los sabios de la Academia Pontificia de las Ciencias llevaron de mi parte a los responsables de las potencias nucleares. En vez de estar al servicio de los hombres, la economía se está militarizando. El desarrollo y el bien común están subordinados a la seguridad. La ciencia y la tecnología se degradan, convirtiéndose en unos auxiliares de la guerra. La Santa Sede no dejará de insistir sobre la necesidad de frenar la carrera a los armamentos mediante negociaciones progresivas, llamando a la reciprocidad. Seguirá alentando todos los pasos, aun los más pequeños, de diálogo razonable en este fundamental terreno.

Pero el objeto del diálogo para la paz no deberá reducirse a una mera denuncia de la carrera armarnentista; se trata de buscar un orden internacional más justo, un consenso sobre una repartición más equitativa de los bienes, de los servicios, del saber, de la información y una decidida voluntad de encaminarlos hacia el bien común. Sé que tal diálogo, del que forma parte el diálogo Norte-Sur, es muy complejo; debe resueltamente proseguir con el fin de preparar las condiciones de la verdadera paz ante la proximidad del tercer milenio.

Llamada a los responsables

11. Después de estas consideraciones, mi Mensaje querría ser sobre todo una llamada destinada a recoger el desafío al diálogo por la paz.

Ante todo, lo dirijo a vosotros Jefes de Estado y de Gobierno. Ojalá que vosotros, para que vuestro país conozca una verdadera paz social, facilitéis todas las condiciones de diálogo y de concertación que, justamente establecidas, no comprometerán, antes bien favorecerán, a largo término, el bien común de la nación, en la libertad e independencia. Ojalá que vosotros practiquéis este diálogo de igual a igual con los demás países, y ayudéis a las partes en conflicto a que encuentren los caminos del diálogo, de la conciliación razonable y de la justa paz.

Me dirijo igualmente a vosotros, diplomáticos, cuya noble profesión es, entre otras, la de afrontar los puntos conflictivos y buscar su solución por medio del diálogo y la negociación, para evitar que se recurra a las armas, o para sustituir a los beligerantes. Trabajo de paciencia y perseverancia, que la Santa Sede aprecia tanto más cuanto que ella misma está comprometida en las relaciones diplomáticas, con las que se esfuerza por hacer adoptar el diálogo como medio más apto para superar las discordias.

Deseo sobre todo renovar mi confianza en vosotros, responsables y miembros de las Organizaciones internacionales, y en vosotros, funcionarios internacionales. Durante el último decenio vuestras Organizaciones han sido muy a menudo objeto de intentos de manipulación por parte de naciones deseosas de aprovecharse de tales instancias. Sin embargo la multiplicidad actual de los enfrentamientos violentos, divisiones y bloqueos con los que tropiezan las relaciones bilaterales, ofrecen a las grandes Organizaciones internacionales la ocasión de poner en marcha un cambio cualitativo en sus actividades, aun tratando de reformar ciertos puntos de sus propias estructuras para tener en cuenta las realidades nuevas y gozar de un poder eficaz. Sean regionales o mundiales, vuestras Organizaciones tienen una ocasión excepcional a aprovechar: adecuarse de nuevo, en toda su plenitud, a la misión que les corresponde en virtud de su origen, de su carta y mandato; llegar a ser los lugares e instrumentos por excelencia del verdadero diálogo por la paz. Lejos de dejarse invadir por el pesimismo y por el desaliento que paralizan, ellas tienen la posibilidad de afirmarse todavía más como lugares de encuentro, en los que podrían ser reexaminadas las más audaces prácticas que prevalecen actualmente en los intercambios políticos, económicos, monetarios y culturales.

Dirijo igualmente una llamada particular a vosotros que trabajáis en los medios de comunicación social. Los acontecimientos dolorosos que el mundo ha conocido en estos últimos tiempos han confirmado la importancia de una opinión iluminada para que un conflicto no degenere en guerra. La opinión pública, en efecto, puede frenar las tendencias belicosas o, al contrario, apoyar esas mismas tendencias hasta la ofuscación. Ahora bien, como artífices de emisiones de radio, televisión, prensa, tenéis un papel cada vez más preponderante en este terreno. Os animo a sopesar vuestra responsabilidad y a hacer que se pongan de relieve con la máxima objetividad los derechos, problemas y mentalidades de cada una de las partes, a fin de promover la comprensión y el diálogo entre los grupos, los países y las civilizaciones.

Finalmente, debo dirigirme a cada hombre y a cada mujer y también a vosotros los jóvenes: vosotros tenéis múltiples ocasiones para derribar las barreras del egoísmo, de la incomprensión y de la agresividad con vuestro modo de dialogar, cada día, en vuestra familia, vuestro pueblo, vuestro barrio, en las asociaciones de vuestra ciudad, de vuestra región, sin olvidar las Organizaciones no gubernamentales. El diálogo por la paz es un quehacer de todos.

Motivos particulares de los cristianos para recoger el desafío al diálogo

12. Ahora os exhorto especialmente a vosotros, cristianos, a tomar la parte que os incumbe en este diálogo, de acuerdo con las responsabilidades que os atañen, a proseguirlo con la peculiaridad de acogida, franqueza y justicia que exige la caridad de Cristo, a tomarlo sin cesar con la tenacidad y la esperanza que os permite la fe. Conocéis también la necesidad de la conversión y la oración, porque el obstáculo por excelencia para la instauración de la justicia y la paz se encuentra dentro del corazón del hombre, en el pecado (cfr. Gaudium et spes, 10), como ocurría en el corazón de Caín, al rechazar el diálogo con su hermano Abel (cfr. Gén 4, 6-9). Jesús nos ha enseñado el modo de escuchar, compartir, hacer por los demás lo que se quiere para uno mismo, arreglar las diferencias mientras se camina juntos (cfr. Mt 5, 25) y perdonar. Sobre todo, por su muerte y resurrección, ha venido a liberarnos del pecado que nos opone, a darnos su paz, a derribar el muro que separa los pueblos. Este es el motivo por el que la Iglesia ora sin cesar al Señor que conceda a los hombres el don de su paz, como lo indicaba el Mensaje del año pasado. Los hombres no están destinados a no entenderse ni a estar divididos como en Babel (cfr. Gén 11, 7-9). En Jerusalén, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo hizo encontrar a los primeros discípulos del Señor, por encima de la diversidad de lenguas, el camino real de la paz en la fraternidad. La Iglesia sigue siendo testigo de esta grande esperanza.

* * *

Ojalá los cristianos puedan ser siempre más conscientes de su vocación de ser, contra viento y marea, los humildes guardianes de la paz que, en la noche de Navidad, Dios ha confiado a todos los hombres.

Y ojalá, con ellos, todos los hombres de buena voluntad puedan recoger este desafío para nuestro tiempo, aun en medio de las circunstancias más difíciles, es decir, haciendo todo lo posible por evitar la guerra y comprometerse para ello, con mayor convicción, en el camino que aleja su amenaza: el diálogo por la paz.

Vaticano, 8 de diciembre de 1982.

JOANNES PAULUS PP. II


MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
I de enero de 1984

1984 "LA PAZ NACE DE UN CORAZON NUEVO"

¡Responsables de la vida política de las naciones,
Artífices de la vida económica, social y cultural,
Jóvenes, que esperáis un mundo fraterno y solidario,

Vosotros todos, hombres y mujeres, que anheláis la paz!

Me dirijo a vosotros al alborear el año 1984 que se anuncia en todas partes lleno de interrogantes y angustias, pero rico también en esperanza y posibilidades. Esta llamada, con ocasión de la XVII Jornada mundial de la paz, nace de lo más profundo de mi corazón, y sé que con ella me uno al deseo de muchos hombres y mujeres que aspiran a la fraternidad en un mundo dividido. El mensaje que os dirijo es a la vez sencillo y exigente, porque se dirige a cada uno de vosotros personalmente, invitando a que cada uno ofrezca su colaboración para establecer la paz en el mundo, sin descargar la responsabilidad sobre los demás. El tema que hoy propongo a vuestra reflexión y a vuestra acción es éste: "La paz nace de un corazón nuevo" .

1. Una situación paradójica

No podemos permanecer hoy indiferentes ante las sombras y amenazas, sin olvidar por ello las luces y esperanzas existentes.

Realmente, la paz es precaria, y la injusticia abunda. Guerras implacables se desarrollan en muchos países; y se prolongan no obstante la acumulación de muertes, de lutos, de ruina, sin que se avance aparentemente hacia una solución. La violencia y el terrorismo fanático se extienden a otros países, y muchas veces son los inocentes los que lo pagan, mientras que las pasiones se enardecen y se corre el riesgo de que el miedo conduzca a situaciones extremas. En muchas regiones se violan los derechos humanos, se conculcan las libertades, se mantienen injustamente las detenciones, se realizan ejecuciones sumarias por razones partidistas, y la humanidad, en este siglo XX que ha conocido una multiplicación de Declaraciones e instancias de recurso, no está al corriente de ellas, y si lo está, se ve casi impotente para frenar estos abusos. Muchos países se debaten con dificultad en su lucha interna contra el hambre, las enfermedades, el subdesarrollo, mientras que los países ricos refuerzan sus posiciones y la carrera de armamento continúa absorbiendo sin consideración recursos que podrían ser mejor utilizados. La acumulación de armas convencionales, químicas, bacteriológicas y, sobre todo, nucleares amenaza gravemente el futuro de las naciones, especialmente en Europa, por lo que la población está justamente alarmada. Se percibe ampliamente en la opinión pública una nueva y grave inquietud, que yo comprendo muy bien.

Nuestro mundo está como aprisionado por una red de tensiones. La tensión entre lo que se llama comúnmente el este y el oeste no afecta solamente a las relaciones entre las naciones directamente implicadas, sino que marca y más bien agrava muchas otras situaciones difíciles en otras partes del mundo. Ante una situación así es preciso tomar conciencia del peligro tan grande que constituye esta tensión creciente y esta polarización a gran escala, sobre todo si se piensa en los medios de destrucción masiva e inaudita de los que se dispone. No obstante, aun siendo muy conscientes de este peligro, los protagonistas encuentran una gran dificultad, por no decir impotencia, en frenar este proceso, en encontrar medios adecuados para reducir las tensiones mediante pasos concretos que terminen con esta escalada, para la reducción de armamentos y para el entendimiento mutuo, lo que permitiría dedicar más esfuerzos a los objetivos prioritarios del progreso económico, social y cultural.

Si la tensión este-oeste, con su trasfondo ideológico, acapara la atención y suscita miedo en gran número de países, sobre todo del hemisferio norte, no debe ocultar otra más fundamental todavía entre el norte y el sur, que afecta a la vida misma de una gran parte de la humanidad. Se trata del contraste creciente entre países que han tenido la posibilidad de acelerar su desarrollo y de acrecentar sus riquezas, y los países bloqueados en el subdesarrollo. Precisamente aquí hay otra enorme fuente de oposición, de irritación, de rebelión o de miedo, tanto más porque está alimentada por múltiples injusticias.

Ante estos enormes problemas propongo el tema de la renovación del "corazón". Se podría pensar que tal propuesta es demasiado simple y el medio desproporcionado. Sin embargo, pensándolo bien, el análisis delineado aquí nos permite llegar hasta el fondo de la cuestión, y es tal que pone en crisis los presupuestos mismos que amenazan la paz. La impotencia que tiene la humanidad para resolver las tensiones, revela que los bloqueos o, por el contrario, las esperanzas provienen de algo más profundo que los mismos sistemas.
2. La guerra nace en el espíritu del hombre

Es mi profunda convicción, es una constante de la Biblia y del pensamiento cristiano, es, así lo espero, una intuición de muchos hombres de buena voluntad, que la guerra nace en el corazón del hombre. Es el hombre quien mata y no su espada o, como diríamos hoy, sus misiles.

El "corazón" en el lenguaje bíblico es lo más profundo de la persona humana, en su relación con el bien y el mal, con los otros, con Dios. No se trata tanto de su afectividad, cuanto más bien de su conciencia, de sus convicciones, del sistema de pensamiento en que se inspiran, así como de las pasiones que implican. Mediante el corazón, el hombre se hace sensible a los valores absolutos del bien, a la justicia, a la fraternidad, a la paz.

El desorden del corazón equivale al de la conciencia, cuando ésta llama bien o mal a lo que ella desea escoger según sus intereses materiales o su voluntad de poder. La misma complejidad del ejercicio del poder no impide que haya siempre una responsabilidad de la conciencia individual en la preparación, desencadenamiento o extensión de un conflicto; el hecho de que la responsabilidad sea compartida por un grupo no cambia nada el principio.

Pero esta conciencia se ve con frecuencia solicitada, por no decir esclavizada, por sistemas socio-políticos e ideológicos que son también obra del espíritu humano. En la medida en que los hombres se dejan seducir por sistemas que ofrecen una visión global exclusiva y casi maniquea de la humanidad y hacen de la lucha contra los otros, de su eliminación o de su dominio la condición del progreso, quedan encerrados en una mentalidad de guerra que endurece las tensiones, haciéndose casi incapaces de dialogar. La adhesión incondicional a estos sistemas se convierte, a veces, en una especie de idolatría del poder, de la fuerza, de la riqueza; una forma de esclavitud que quita la libertad a los mismos gobernantes.

Más allá de los sistemas ideológicos propiamente dichos, son múltiples las pasiones que desvían el corazón humano, inclinándolo a la guerra. Por esta razón los hombres pueden dejarse arrastar por un sentido de superioridad racial y un odio hacia los demás, también por la envidia, por la codicia de la tierra y de los recursos de los demás, o, en general, por el afán de poder, por el orgullo, o por el deseo de extender el propio dominio sobre otros pueblos a quienes menosprecian.

Es cierto que las pasiones nacen muchas veces de frustraciones reales de individuos y pueblos, cuando ven que otros se han negado a garantizarles la existencia, o cuando los sistemas sociales están atrasados con relación al buen funcionamiento de la democracia y de la participación en los bienes. La injusticia es ciertamente un gran vicio en el corazón del hombre explotador. Pero las pasiones se cultivan, a veces, intencionadamente. La guerra difícilmente se desencadena si las poblaciones, de una parte y otra, no sienten fuertes sentimientos de hostilidad recíproca, o si no se persuaden de que sus pretensiones antagónicas afectan a sus intereses vitales. Esto es precisamente lo que explica las manipulaciones ideológicas provocadas por una voluntad agresiva. Una vez que se desencadenan las luchas, la hostilidad no deja de crecer, porque se alimenta de los sufrimientos y atrocidades que se acumulan por ambos partes. Puede nacer de ahí una psicosis de odio.

Por tanto, el hecho de recurrir a la violencia y a la guerra proviene, en definitiva, del pecado del hombre, de la ceguera de su espíritu, o del desorden de su corazón, que invocan la injusticia como motivo para desarrollar o endurecer la tensión o el conflicto.

Sí, la guerra nace verdaderamente en el corazón del hombre que peca, desde que la envidia y la violencia invadieron el corazón de Caín contra su hermano Abel, según la antigua narración bíblica. ¿No se produce en realidad una ruptura aún más profunda, cuando los hombres se hacen incapaces de ponerse de acuerdo sobre la distinción entre el bien y el mal, y sobre los valores de la vida de los que Dios es autor y garante? ¿No explica esto quizá que el "corazón" del hombre vaya a la deriva sin llegar a hacer la paz con sus semejantes sobre la base de la verdad, con genuina rectitud y benevolencia?

El restablecimiento de la paz sería también de corta duración y totalmente ilusoria si no se diera un auténtico cambio del corazón. La historia nos enseña que las mismas "liberaciones" por las que se había suspirado cuando un país se encontraba ocupado o con sus libertades conculcadas, decepcionaron en la medida en que los responsables y los ciudadanos mantuvieron su estrechez de espíritu, sus intolerancias, durezas y antagonismos.

También en la Biblia, los profetas denunciaron estas liberaciones efímeras sin que el corazón hubiera cambiado verdaderamente, sin que se hubiera " convertido " .

3. La paz brota de un corazón nuevo

Si los sistemas actuales, engendrados por el "corazón" del hombre, se revelan incapaces de asegurar la paz, es preciso renovar el "corazón" del hombre, para renovar los sistemas, las instituciones y los métodos. La fe cristiana posee una palabra para designar ese cambio furidamental del corazón: "conversión". En general, se trata de encontrar de nuevo la clarividencia y la imparcialidad junto con la libertad de espíritu, el sentido de la justicia junto con el respeto a los derechos humanos, el sentido de la equidad con la solidaridad mundial entre ricos y pobres, la confianza mutua y el amor fraterno.

Es preciso, ante todo, que las personas y los pueblos adquieran una real libertad de espíritu para tomar conciencia de las actitudes estériles del pasado, del carácter cerrado y parcial de los sistemas filosóficos y sociales que parten de presupuestos discutibles y reducen el hombre y la historia a un campo restringido por fuerzas materialistas que se apoyan sólo en el poder de las armas o de la economía, que encierran a los hombres en categorías totalmente opuestas las unas a las otras, que propugnan soluciones en una sola dirección; que ignoran las realidades complejas en la vida de las naciones, impidiéndoles tratar de ellas libremente. Es preciso por consiguiente replantear aquellos sistemas que conducen manifiestamente a un callejón sin salida, congelan el diálogo y el entendimiento, desarrollan la desconfianza, acrecientan la amenaza y el peligro, sin resolver los problemas reales, sin ofrecer verdadera seguridad, sin hacer a los pueblos realmente felices, pacíficos y libres. Esta profunda transformación del espíritu y del corazón exige ciertamente un gran coraje, el coraje de la humildad y de la lucidez; debe llegar a la mentalidad colectiva partiendo de la conciencia de las personas. ¿Es utópico esperarlo? La impotencia y el peligro en que se encuentran nuestros contemporáneos les empujan a no retrasar más esta vuelta a la verdad, lo único que les hará libres y capaces de crear sistemas mejores. Esta es la primera condición de un "corazón nuevo".

Son bien conocidos los demás elementos positivos y bastará recordarlos. La paz no es auténtica si no es fruto de la justicia, "opus iustitiae pax", como decía ya el profeta Isaías (cfr. Is 32, 17): justicia entre las partes sociales, justicia entre los pueblos. Y una sociedad no es justa ni humana si no respeta los derechos fundamentales de la persona humana. Por lo demás, el espíritu de guerra surge y madura allí donde se violan los derechos inalienables del hombre. Incluso cuando la dictadura y el totalitarismo sofocan por un tiempo el lamento de los explotados y oprimidos, el hombre justo está convencido de que nada puede justificar esta violación de los derechos del hombre; tiene el coraje de defender a los demás en sus sufrimientos y se niega a capitular ante la injusticia, a comprometerse con ella; y, por muy paradójico que parezca, el que desea profundamente la paz rechaza toda forma de pacifismo que se reduzca a cobardía o simple mantenimiento de la tranquilidad. Efectivamente, los que están tentados de imponer su dominio encontrarán siempre la resistencia de hombres y mujeres inteligentes y valientes, dispuestos a defender la libertad para promover la justicia.

La equidad exige también que se refuercen las relaciones de justicia y solidaridad con los países pobres, y más en concreto con los países de la miseria y del hambre. La frase de Pablo VI: "El desarrollo es el nuevo nombre de la paz" se ha convertido en convicción de muchos. Que los países ricos salgan, pues, de su egoísmo colectivo para plantear en términos nuevos los intercambios y la ayuda mutua, abriéndose a un horizonte planetario.

Más aún, un corazón nuevo se entrega al compromiso de hacer desaparecer el miedo y la psicosis de guerra. Al axioma que pretende que la paz sea el resultado del equilibrio de las armas opone el principio de que la verdadera paz no puede edificarse sin la confianza mutua (Cfr. Encíclica Pacem in terris, n. 113). Ciertamente se mantiene vigilante y lúcido para detectar las mentiras y las manipulaciones y avanzar con prudencia. Pero se atreve a emprender y reemprender infatigablemente el diálogo que fue objeto de mi mensaje del año pasado.

En definitiva, un corazón nuevo es el que se deja inspirar por el amor. Ya afirmó Pío XI que no puede haber "verdadera paz externa entre los hombres y entre los pueblos donde no hay paz interna, o sea donde el espíritu de paz no se ha posesionado de las inteligencias y de los corazones...; las inteligencias, para reconocer y respetar las razones de la justicia; los corazones, para que la caridad se asocie a la justicia y prevalezca sobre ella; ya que si la paz... ha de ser obra y fruto de la justicia..., ésta pertenece más bien a la caridad que a la justicia" (Discurso del 24 Dic. 1930, AAS (1930), p. 535). Se trata de renunciar a la violencia, a la mentira, al odio; se trata de convertirse en las intenciones, en los sentimientos y en todo el comportamiento en un ser fraterno, que reconoce la dignidad y las necesidades del otro, buscando la colaboración con él para crear un mundo de paz.
4. Llamada a los responsables de la política y de la opinión pública

Ya que es preciso lograr un corazón nuevo y promover una mentalidad nueva de paz, cada hombre y mujer, no importa su puesto en la sociedad, puede y debe asumir realmente su parte de responsabilidad en la construcción de una paz verdadera, en el ambiente donde vive: familia, escuela, empresa, ciudad. En sus preocupaciones, sus conversaciones y su acción, debe tener interés por todos sus hermanos y hermanas que forman parte de la misma familia humana, aunque vivan en los antípodas.

Pero evidentemente la responsabilidad comporta grados. El de los Jefes de Estado, el de los dirigentes políticos es capital para el establecimiento y el desarrollo de relaciones pacíficas entre los diferentes componentes de la nación y entre los pueblos. Más que los demás, ellos deben estar convencidos de que la guerra es en sí irracional y de que el principio ético de la solución pacífica de los conflictos es la única vía digna del hombre. Es necesario ciertamente tomar en consideración la presencia masiva de la violencia en la historia humana. Es el sentido de lo real puesto al servicio de la preocupación fundamental de la justicia el que impone el mantenimiento del principio de la legítima defensa en una historia así. Pero los riesgos espantosos de las armas de destrucción masiva deben conducir a la elaboración de procesos de cooperación y de desarme que hagan la guerra prácticamente inconcebible. Es preciso ganar la paz. Con más razón, la conciencia de los responsables políticos les debe impedir dejarse arrastrar a aventuras peligrosas en las que la pasión se impone sobre la justicia, sacrificar inútilmente en ellas la vida de sus ciudadanos, provocar conflictos en casa ajena, tomar pretexto de la precariedad de la paz en una región para extender la propia hegemonía a nuevos territorios. Estos dirigentes deben sopesar todo esto en su alma y en su conciencia y proscribir el maquiavelismo; de ello tendrán que dar cuenta a sus pueblos y a Dios.

Pero repito que la paz es un deber de todos. Las Organizaciones Internacionales tienen también un gran papel que jugar para hacer que prevalezcan soluciones universales, más allá de los puntos de vista particulares. Y mi llamada se dirige especialmente a todos los que ejercen, mediante los medios de comunicación, una influencia sobre la opinión pública, a todos los que se dedican a la educación de jóvenes y de adultos; ellos tienen encomendada la formación del espíritu de paz. ¿No podemos contar en la sociedad de manera especial con los jóvenes? Ante el futuro amenazador que entrevén, aspiran sin duda más que nadie a la paz, y muchos de ellos están dispuestos a dedicarle su generosidad y sus energías; que den pruebas de creatividad a su servicio, sin apartarse de la lucidez y de la valentía para sopesar todos los aspectos de las soluciones a largo plazo. En definitiva, todos, hombres y mujeres, deben colaborar a la paz, según su sensibilidad y funciones propias. También las mujeres, tan vinculadas al misterio de la vida, pueden hacer mucho para que progrese el espíritu de paz, procurando asegurar la preservación de la vida, y con su convicción de que el verdadero amor es la única fuerza que puede hacer un mundo habitable para todos.

5. Llamada a los cristianos

Cristianos, discípulos de Jesús, en medio de las tensiones de nuestro tiempo, debemos recordar que no hay felicidad sino para los "artífices de la paz" (Cfr. Mt 5, 9).

La Iglesia vive el Año Santo de la Redención. Está invitada a abandonarse al Salvador que dice a los hombres, en el momento de realizar el supremo acto de amor: "Os doy mi paz" (cfr. Jn 14, 27). En ella cada uno debe compartir con todos sus hermanos el anuncio de la salvación y la fuerza de la esperanza.

El Sínodo de los Obispos sobre la reconciliación y la penitencia ha recordado recientemente las primeras palabras de Cristo : " Convertíos y creed en el Evangelio " (Mc 1, 15). El mensaje de los Padres sinodales nos muestra por qué camino debemos avanzar para ser de verdad artífices de paz: "La Palabra de Dios nos urge al arrepentimiento. "Cambia de corazón, y déjate reconciliar con el Padre". El designio del Padre sobre nuestra sociedad es que vivamos como una familia en justicia y verdad, en libertad y amor" (cfr. L'Oss. Rom., 28 de octubre de 1983). Esta familia no estará unida en una paz profunda si no es a condición de que escuchemos la llamada de volver al Padre, y a reconciliarnos con el mismo Dios.

Responder a esta llamada, cooperar con el plan de Dios es dejar que el Señor nos convierta. No contamos sólo con nuestras propias fuerzas, ni sólo con nuestra voluntad, que tantas veces nos falla. Que nuestra vida se deje transformar, porque "todo viene de Dios, que por Cristo nos ha reconciliado consigo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5, 18).

Descubramos de nuevo la fuerza de la oración: rezar es conformarnos con aquel a quien invocamos, a quien encontramos, y que nos da la vida. Hacer la experiencia de la oración es acoger la gracia que nos cambia. El Espíritu, junto con nuestro espíritu, nos compromete a conformar nuestra vida según la Palabra de Dios. Orar es entrar en la acción de Dios en la historia; él, que es su protagonista soberano, ha querido hacer de los hombres sus colaboradores.

Pablo nos dice de Cristo: "El es nuestra paz, El que hizo de los dos pueblos uno, derribando el muro de la separación, la enemistad" (Ef 2, 14). Sabemos qué fuerza misericordiosa nos transforma en el sacramento de la reconciliación. Este don nos llena totalmente. Por tanto, si somos leales, no podemos resignarnos a las divisiones y enfrentamientos que nos oponen, unos a otros, puesto que compartimos la misma fe; no podemos aceptar sin reaccionar, que se prolonguen los conflictos que rompen la unidad de la humanidad llamada a ser un solo cuerpo. Si celebramos el perdón, ¿podemos combatirnos sin cesar? ¿Podemos ser adversarios, invocando al mismo Dios vivo? Si la ley del amor de Cristo es nuestra ley, ¿podemos quedarnos sin hablar y sin actuar cuando un mundo herido espera que vayamos al frente de los que construyen la paz?

Humildes y conscientes de nuestra debilidad, acerquémonos a la mesa eucarística, en la que Aquel que entrega su vida por la multitud de sus hermanos nos da un corazón nuevo y donde El pone en nosotros un nuevo espíritu (cfr. Ez 36, 26). Desde lo más profundo de nuestra pobreza y de nuestra confusión demos gracias por El, porque nos une con su presencia y con eI don de sí mismo; El "que ha venido a anunciar la paz a los de lejos, y la paz a los de cerca" (Ef 2, 17). Y si se nos concede acogerle, es deber nuestro ser testigos suyos, a través de nuestro trabajo fraterno, en todas las empresas de paz.

domingo, 11 de julio de 2010

JUAN PABLO II Y TERESA DE CALCUTA....

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Juan Pablo II y Teresa de Calcuta



A dos días de su partida a la Casa del Padre, el Papa Juan Pablo II, amigo personal de la religiosa, dedicó el rezo dominical del Angelus en la Plaza San Pedro a la madre Teresa de quien dijo lo siguiente:
 

"La querida Religiosa reconocida universalmente como la Madre de los Pobres, nos deja un ejemplo elocuente para todos, creyentes y no creyentes. Nos deja el testimonio del amor de Dios. Las obras por ella realizadas hablan por si mismas y ponen de manifiesto ante los hombres de nuestro tiempo el alto significado que tiene la vida". 

"Misionera de la Caridad. Su misión comenzaba todos los días antes del amanecer, delante de la Eucaristía. En el silencio de la contemplación, Madre Teresa de Calcuta escuchaba el grito de Jesús en la cruz: tengo sed. Ese grito la empujaba hacia las calles de Calcuta y de todas las periferias del mundo, a la búsqueda de Jesús en el pobre, el abandonado, el moribundo".

"Misionera de la Caridad, dando un ejemplo tan arrollador, que atrajo a muchas personas, dispuestas a dejar todo por servir a Cristo, presente en los jóvenes".


"Ella sabía por experiencia que la vida adquiere todo su valor cuando encuentra el amor y siguiendo el Evangelio fue el buen samaritano de las personas que encontró, de toda existencia en crisis y despreciada".

Fuente: ACI.-

martes, 4 de mayo de 2010

MISERERE...


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SALMO 50
Misericordia, Dios mío

3Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
4lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
5Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
6contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
7Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
8Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
9Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
10Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
11Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
12Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
13no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
14Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
15enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
16Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
17Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
18Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
19Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.
20Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
21entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

1. Hemos escuchado el Miserere, una de las oraciones más célebres del Salterio, el más intenso y repetido salmo penitencial, el canto del pecado y del perdón, la más profunda meditación sobre la culpa y la gracia. La Liturgia de las Horas nos lo hace repetir en las Laudes de cada viernes. Desde hace muchos siglos sube al cielo desde innumerables corazones de fieles judíos y cristianos como un suspiro de arrepentimiento y de esperanza dirigido a Dios misericordioso.

La tradición judía puso este salmo en labios de David, impulsado a la penitencia por las severas palabras del profeta Natán (cf. Sal 50,1-2; 2 S 11-12), que le reprochaba el adulterio cometido con Betsabé y el asesinato de su marido, Urías. Sin embargo, el salmo se enriquece en los siglos sucesivos con la oración de otros muchos pecadores, que recuperan los temas del «corazón nuevo» y del «Espíritu» de Dios infundido en el hombre redimido, según la enseñanza de los profetas Jeremías y Ezequiel (cf. Sal 50,12; Jr 31,31-34; Ez 11,19; 36,24-28).

2. Son dos los horizontes que traza el salmo 50. Está, ante todo, la región tenebrosa del pecado (cf. vv. 3-11), en donde está situado el hombre desde el inicio de su existencia: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (v. 7). Aunque esta declaración no se puede tomar como una formulación explícita de la doctrina del pecado original tal como ha sido delineada por la teología cristiana, no cabe duda que corresponde bien a ella, pues expresa la dimensión profunda de la debilidad moral innata del hombre. El salmo, en esta primera parte, aparece como un análisis del pecado, realizado ante Dios. Son tres los términos hebreos utilizados para definir esta triste realidad, que proviene de la libertad humana mal empleada.

3. El primer vocablo, hattá, significa literalmente «no dar en el blanco»: el pecado es una aberración que nos lleva lejos de Dios -meta fundamental de nuestras relaciones- y, por consiguiente, también del prójimo.
El segundo término hebreo es 'awôn, que remite a la imagen de «torcer», «doblar». Por tanto, el pecado es una desviación tortuosa del camino recto. Es la inversión, la distorsión, la deformación del bien y del mal, en el sentido que le da Isaías: «¡Ay de los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz y luz por oscuridad!» (Is 5,20). Precisamente por este motivo, en la Biblia la conversión se indica como un «regreso» (en hebreo shûb) al camino recto, llevando a cabo un cambio de rumbo.

La tercera palabra con que el salmista habla del pecado es peshá. Expresa la rebelión del súbdito con respecto al soberano, y por tanto un claro reto dirigido a Dios y a su proyecto para la historia humana.

4. Sin embargo, si el hombre confiesa su pecado, la justicia salvífica de Dios está dispuesta a purificarlo radicalmente. Así se pasa a la segunda región espiritual del Salmo, es decir, la región luminosa de la gracia (cf. vv. 12-19). En efecto, a través de la confesión de las culpas se le abre al orante el horizonte de luz en el que Dios se mueve. El Señor no actúa sólo negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su Espíritu vivificante: infunde en el hombre un «corazón» nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios.


Orígenes habla, al respecto, de una terapia divina, que el Señor realiza a través de su palabra y mediante la obra de curación de Cristo: «Como para el cuerpo Dios preparó los remedios de las hierbas terapéuticas sabiamente mezcladas, así también para el alma preparó medicinas con las palabras que infundió, esparciéndolas en las divinas Escrituras. (...) Dios dio también otra actividad médica, cuyo Médico principal es el Salvador, el cual dice de sí mismo: "No son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los enfermos". Él era el médico por excelencia, capaz de curar cualquier debilidad, cualquier enfermedad» (Homilías sobre los Salmos, Florencia 1991, pp. 247-249).

5. La riqueza del salmo 50 merecería una exégesis esmerada de todas sus partes. Es lo que haremos cuando volverá a aparecer en los diversos viernes de las Laudes. La mirada de conjunto, que ahora hemos dirigido a esta gran súplica bíblica, nos revela ya algunos componentes fundamentales de una espiritualidad que debe reflejarse en la existencia diaria de los fieles. Ante todo está un vivísimo sentido del pecado, percibido como una opción libre, marcada negativamente a nivel moral y teologal: «Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces» (v. 6).

Luego se aprecia en el salmo un sentido igualmente vivo de la posibilidad de conversión: el pecador, sinceramente arrepentido (cf. v. 5), se presenta en toda su miseria y desnudez ante Dios, suplicándole que no lo aparte de su presencia (cf. v. 13).

Por último, en el Miserere, encontramos una arraigada convicción del perdón divino que «borra, lava y limpia» al pecador (cf. vv. 3-4) y llega incluso a transformarlo en una nueva criatura que tiene espíritu, lengua, labios y corazón transfigurados (cf. vv. 14-19). «Aunque nuestros pecados -afirmaba santa Faustina Kowalska- fueran negros como la noche, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Hace falta una sola cosa: que el pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón... El resto lo hará Dios. Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia acaba». 

Que tengas una buena semana
Saludos
Hno. Fernando  Fortunato
Monasterio Benedictino Santa María de los Toldos.
C.C.8 - B6015WAA Los Toldos
Buenos Aires - Argentina

jueves, 1 de abril de 2010

EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS...

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LA ORACIÓN EN LA AGONÍA DE GETSEMANÍ
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR: PASIÓN DE LA IGLESIA

Jes�s en el Huerto de los olivosI. Después de la última Cena, Jesús tiene una inmensa necesidad de orar. Su alma está triste hasta la muerte. En el Huerto de los Olivos cae abatido: se postró rostro en tierra (Mateo 26, 39), precisa San Mateo. "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea yo como quiero, sino como quieres Tú". En Jesús se unen a la tristeza, un tedio y una angustia mortales.

Buscó apoyarse en la compañía de sus amigos íntimos y los encontró durmiendo; pero, entre tanto, uno no dormía; el traidor conjuraba con sus enemigos. Él, que es la misma inocencia, carga con los pecados de todos y cada uno de los hombres, y se ofreció, con cuánto amor, como Víctima para pagar personalmente todas nuestras deudas... y de cuántos solo recibe olvido y menosprecio.

¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna! En nuestra vida puede haber momentos de profundo dolor, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de la Agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos nos enseña a abrazar la Voluntad de Dios, sin poner obstáculo alguno ni condiciones, aunque por momentos pidamos ser librados, con tal de que así pudiésemos identificarnos con la Voluntad de Dios. Debe ser una oración perseverante.

II. Hemos de rezar siempre, por nosotros y por la Iglesia; pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar, cuando la lucha se hace más dura; abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo: "solo me condeno; con Dios me salvo" decía San Agustín.

Nuestra meditación y oración diaria, siempre a través de la Santísima Virgen, para poner el corazón con el de Ella en Dios, siendo verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme: "vigilad y orad para que no caigáis en tentación..." Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si nos descuidáramos perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para combatir y dar testimonio de la Verdad. 

III. Los santos han sacado mucho provecho para su alma y para la Iglesia de este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la Agonía del Señor en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones. También Él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras esperaba el martirio por ser fiel a la fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria y aprovecharlas para reparar por nuestras faltas y ofrecer por la Iglesia. El primer misterio doloroso del Santo Rosario puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos de nuestra vida personal y en los de la historia de la Iglesia que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria: 

"Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras"... (Misal Romano, Acción de gracias después de la Misa, oración universal de Clemente XI).

Fuente: Webcatólica.-

VIERNES SANTO...

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ALGUNOS TEXTOS SOBRE LA EUCARISTÍA
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Presencia real
En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero". "Esta presencia se denomina real, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen reales, sino por excelencia, porque es sustancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente".
Catecismo, n. 1374 misterio de la fe.

Misterio de la fe
Por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transustanciación"

Catecismo, n. 1376

Cristo todo entero
La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo.

Catecismo, n. 1377

Sólo por la fe
"La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en ese sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22, 19: Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros, S. Cirilo declara: no te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque Él, que es la Verdad, no miente"

Catecismo, n. 1381

Jesús está presente en la Eucaristía.
¡No olvidéis que Jesús ha querido permanecer presente, personal y realmente, en la Eucaristía, misterio inmenso, pero realidad segura, para concretar de modo auténtico este amor suyo individual y salvífico!

Juan Pablo II, Roma, 11-III-1979

¡Cristo vive!
Este mismo sacrificio redentor de Cristo se actualiza sacramentalmente en cada Misa que se celebra, quizá muy cerca de vuestros lugares de estudio y de trabajo. No es Jesús, por tanto, alguien que ha dejado de actuar en nuestra historia. ¡No! ¡Él vive! Y continúa buscándonos a cada uno para que nos unamos a Él cada día en la Eucaristía, también, si es posible, acercándonos -con el alma en gracia, limpia de todo pecado mortal- a la comunión.

Juan Pablo II, Buenos Aires, 11-IV-1987


El momento de la despedida
¡Cuántas veces en nuestra vida hemos visto separarse a dos personas que se aman!
Y en la hora de la partida, un gesto, una fotografía, un objeto que pasa de una mano a otra para prolongar de algún modo la presencia en la ausencia. Y nada más. El amor humano sólo es capaz de estos símbolos.
En testimonio y como lección de amor, en el momento de la despedida, "viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn. 13, l).
Así, al despedirse, Nuestro Señor Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre, no deja a sus amigos un símbolo, sino la realidad de Sí mismo. Va junto al Padre, pero permanece entre nosotros los hombres. No deja un simple objeto para evocar su memoria. Bajo las especies del pan y del vino está Él, realmente presente, con su Cuerpo y su Sangre, su alma y su divinidad.

Juan Pablo II Fortaleza (Brasil), 9-VII-1980

Adorar a Cristo en el Sagrario
Cristo se queda en medio de nosotros. No sólo durante la Misa, sino también después, bajo las especies reservadas en el Sagrario. Y el culto eucarístico se extiende a todo el día, sin que se limite a la celebración del Sacrificio. Es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido permanecer con nosotros. Cuado se tiene fe en esa presencia real, ¡qué fácil resulta estar junto a Él, adorando al Amor de los amores!, ¡qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía!

Juan Pablo II. Lima, 15-VI-1988

Examánese cada cual
Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: "quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examánese pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz
"Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo". Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión-. "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Catecismo n. 1385

Jamás dejéis la misa dominical
Que vuestra fidelidad se manifieste especialmente en la participación litúrgica dominical y festiva: jamás dejéis la Santa Misa y, si os es posible, no dejéis jamás el encuentro con Cristo en la comunión eucarística.

Juan Pablo II. Velletri (Italia), 8-1X-1980

BENDICIÓN CON EL SANTÍSIMO
Jesucristo, antes de irse al Cielo, bendice a los hombres que estaban con Él. Y sigue bendiciéndonos cuando Él, presente en la Hostia, dejándose llevar en las manos del sacerdote, nos hace la señal de la cruz.
Aquí quiere decir que Jesús me bendice- Bendecir: decir bien; y lo que Dios dice se hace. Cuando bendice, dice y hace el bien, da su fuerza, su paz, su gracia, su eficacia a aquello que bendice. Es como si Jesucristo dijese: eso que bendigo lo apoyo, dará la fuerza que necesite, digo bien de eso, cuenta con mi gracia.
Antes y después de lo que es propiamente la bendición aprovechamos para adorarle, para darle -hablando humanamente- un gustazo; procuramos que está a gusto, que disfrute con nosotros.


ESTACIÓN DE ADORACIÓN
Se reza tres veces lo que sigue, terminando con "una comunión espiritual"

V: Viva Jesús Sacramentado
R: Viva y de todos sea amado
Padrenuestro, Ave María y Gloria. Comunión espiritual.
Yo quisiera Señor recibiros, con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
Oración: ¡Oh Dios!, que bajo un Sacramento admirable nos dejaste en memoria de tu Pasión, concédenos que de tal suerte veneremos los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu Redención: Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R: Amén.

BENDICIÓN




Mientras Jesucristo, en manos del sacerdote, te hace la señal de la cruz, clava los ojos en Él, y aprovecha para adorarle, agradecerle, pedirle perdón, y pedirle que bendigo lo que quieras (también tus buenos deseos, Intenciones, etc.)

ALABANZAS DE DESAGRAVIO
Dios nos ha bendecido. Ahora lo bendecimos nosotros a Él. Agradecidos, decimos lo bueno que es nuestro Dios con esta colección de piropos que le echamos a Él y a quienes Él más quiere.

1.    Bendito sea Dios.

2.    Bendito sea su santo Nombre

3.    Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.

4.    Bendito sea el Nombre de Jesús.

5.    Bendito sea su Sacratísimo Corazón.

6.    Bendita sea su Preciosísima Sangre.
7.    Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.

8.    Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
9.    Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.

10. Bendita sea su Santa e lnmaculada Concepción.

11. Bendita sea su gloriosa Asunción.

12. Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.

13. Bendito sea San José, su castísimo Esposo.

14. Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus Santos. Amén.

HIMNO EUCARÍSTICO
Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta con el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el hijo de Dios, nada es más verdadero que esta palabra de verdad.
En la cruz se escondía sólo la divinidad, pero aquí también se esconde la humanidad; creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en ti, que en ti espere, que te ame.
¡Memorial de la muerte del Señor! pan vivo que das la vida al hombre: concede a mi alma que de ti viva, y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, pelícano bueno: límpiame a mí inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos sus crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria. Así sea

Presencia real

En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Se�or Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero". "Esta presencia se denomina real, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen reales, sino por excelencia, porque es sustancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente".

Catecismo, n. 1374 misterio de la fe

Misterio de la fe

Por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transustanciación"

Catecismo, n. 1376

Cristo todo entero

La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo.

Catecismo, n. 1377

Sólo por la fe

"La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en ese sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22, 19: Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros, S. Cirilo declara: no te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque Él, que es la Verdad, no miente"

Catecismo, n. 1381

Jesús está presente en la Eucaristía.

¡No olvidéis que Jesús ha querido permanecer presente, personal y realmente, en la Eucaristía, misterio inmenso, pero realidad segura, para concretar de modo auténtico este amor suyo individual y salvífico!

Juan Pablo II, Roma, 11-III-1979

¡Cristo vive!

Este mismo sacrificio redentor de Cristo se actualiza sacramentalmente en cada Misa que se celebra, quizá muy cerca de vuestros lugares de estudio y de trabajo. No es Jesús, por tanto, alguien que ha dejado de actuar en nuestra historia. ¡No! ¡Él vive! Y continúa buscándonos a cada uno para que nos unamos a Él cada día en la Eucaristía, también, si es posible, acercándonos -con el alma en gracia, limpia de todo pecado mortal- a la comunión.

Juan Pablo II, Buenos Aires, 11-IV-1987

El momento de la despedida

¡Cuántas veces en nuestra vida hemos visto separarse a dos personas que se aman!

Y en la hora de la partida, un gesto, una fotografía, un objeto que pasa de una mano a otra para prolongar de algún modo la presencia en la ausencia. Y nada más. El amor humano sólo es capaz de estos símbolos.

En testimonio y como lección de amor, en el momento de la despedida, "viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn. 13, l).

Así, al despedirse, Nuestro Señor Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre, no deja a sus amigos un símbolo, sino la realidad de Sí mismo. Va junto al Padre, pero permanece entre nosotros los hombres. No deja un simple objeto para evocar su memoria. Bajo las especies del pan y del vino está Él, realmente presente, con su Cuerpo y su Sangre, su alma y su divinidad.

Juan Pablo II Fortaleza (Brasil), 9-VII-1980

Adorar a Cristo en el Sagrario

Cristo se queda en medio de nosotros. No sólo durante la Misa, sino también después, bajo las especies reservadas en el Sagrario. Y el culto eucarístico se extiende a todo el día, sin que se limite a la celebración del Sacrificio. Es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido permanecer con nosotros. Cuado se tiene fe en esa presencia real, ¡qué fácil resulta estar junto a Él, adorando al Amor de los amores!, ¡qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía!

Juan Pablo II. Lima, 15-VI-1988

Examínese cada cual

Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: "quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz.

"Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo". Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión-. "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Catecismo n. 1385

Jamás dejéis la misa dominical

Que vuestra fidelidad se manifieste especialmente en la participación litúrgica dominical y festiva: jamás dejéis la Santa Misa y, si os es posible, no dejéis jamás el encuentro con Cristo en la comunión eucarística.

Juan Pablo II. Velletri (Italia), 8-1X-1980

BENDICIÓN CON EL SANTÍSIMO

Jesucristo, antes de irse al Cielo, bendice a los hombres que estaban con Él. Y sigue bendiciéndonos cuando Él, presente en la Hostia, dejándose llevar en las manos del sacerdote, nos hace la señal de la cruz.

AQuí quiere decir que Jesús me bendice- Bendecir: decir bien; y lo que Dios dice se hace. Cuando bendice, dice y hace el bien, da su fuerza, su paz, su gracia, su eficacia a aquello que bendice. Es como si Jesucristo dijese: eso que bendigo lo apoyo, dará la fuerza que necesite, digo bien de eso, cuenta con mi gracia.

Antes y después de lo que es propiamente la bendición aprovechamos para adorarle, para darle -hablando humanamente- un gustazo; procuramos que está a gusto, que disfrute con nosotros.

ESTACIÓN DE ADORACIÓN

Se reza tres veces lo que sigue, terminando con "una comunión espiritual"

V: Viva Jesús Sacramentado
R: Viva y de todos sea amado

Padrenuestro, Ave María y Gloria. Comunión espiritual.

Yo quisiera Señor recibiros, con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.

Oración: ¡Oh Dios!, que bajo un Sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión, concédenos que de tal suerte veneremos los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu Redención: Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R: Amén.

BENDICIÓN

Mientras Jesucristo, en manos del sacerdote, te hace la señal de la cruz, clava los ojos en Él, y aprovecha para adorarle, agradecerle, pedirle perdón, y pedirle que bendigo lo que quieras (también tus buenos deseos, Intenciones, etc.)

ALABANZAS DE DESAGRAVIO

Dios nos ha bendecido. Ahora lo bendecimos nosotros a Él. Agradecidos, decimos lo bueno que es nuestro Dios con esta colección de piropos que le echamos a Él y a quienes Él más quiere.

1. Bendito sea Dios.

2. Bendito sea su santo Nombre

3. Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.

4. Bendito sea el Nombre de Jesús.

5. Bendito sea su Sacratísimo Corazón.

6. Bendita sea su Preciosísima Sangre.

7. Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.

8. Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.

9. Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.

10. Bendita sea su Santa e lnmaculada Concepción.

11. Bendita sea su gloriosa Asunción.

12. Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.

13. Bendito sea San José, su castísimo Esposo.

14. Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus Santos. Amén.

HIMNO EUCARÍSTICO

Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta con el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el hijo de Dios, nada es más verdadero que esta palabra de verdad.

En la cruz se escondía sólo la divinidad, pero aquí también se esconde la humanidad; creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en ti, que en ti espere, que te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor! pan vivo que das la vida al hombre: concede a mi alma que de ti viva, y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, pelícano bueno: límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos sus crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria. Así sea

Presencia real

En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero". "Esta presencia se denomina real, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen reales, sino por excelencia, porque es sustancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente".

Catecismo, n. 1374 misterio de la fe

Misterio de la fe

Por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transustanciación"

Catecismo, n. 1376

Cristo todo entero

La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo.

Catecismo, n. 1377

Sólo por la fe

"La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en ese sacramento, no se conoce por los sentidos, dice Santo Tomás, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22, 19: Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros, S. Cirilo declara: no te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque Él, que es la Verdad, no miente".

Catecismo, n. 1381

Jesús está presente en la Eucaristía.

¡No olvidéis que Jesús ha querido permanecer presente, personal y realmente, en la Eucaristía, misterio inmenso, pero realidad segura, para concretar de modo auténtico este amor suyo individual y salvífico!

Juan Pablo II, Roma, 11-III-1979

¡Cristo vive!

Este mismo sacrificio redentor de Cristo se actualiza sacramentalmente en cada Misa que se celebra, quizá muy cerca de vuestros lugares de estudio y de trabajo. No es Jesús, por tanto, alguien que ha dejado de actuar en nuestra historia. ¡No! ¡Él vive! Y continúa buscándonos a cada uno para que nos unamos a Él cada día en la Eucaristía, también, si es posible, acercándonos -con el alma en gracia, limpia de todo pecado mortal- a la comunión.

Juan Pablo II, Buenos Aires, 11-IV-1987

El momento de la despedida

¡Cuántas veces en nuestra vida hemos visto separarse a dos personas que se aman!

Y en la hora de la partida, un gesto, una fotografía, un objeto que pasa de una mano a otra para prolongar de algún modo la presencia en la ausencia. Y nada más. El amor humano sólo es capaz de estos símbolos.

En testimonio y como lección de amor, en el momento de la despedida, "viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn. 13, l).

Así, al despedirse, Nuestro Señor Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre, no deja a sus amigos un símbolo, sino la realidad de Sí mismo. Va junto al Padre, pero permanece entre nosotros los hombres. No deja un simple objeto para evocar su memoria. Bajo las especies del pan y del vino está Él, realmente presente, con su Cuerpo y su Sangre, su alma y su divinidad.

Juan Pablo II Fortaleza (Brasil), 9-VII-1980

Adorar a Cristo en el Sagrario

Cristo se queda en medio de nosotros. No sólo durante la Misa, sino también después, bajo las especies reservadas en el Sagrario. Y el culto eucarístico se extiende a todo el día, sin que se limite a la celebración del Sacrificio. Es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido permanecer con nosotros. Cuado se tiene fe en esa presencia real, ¡qué fácil resulta estar junto a Él, adorando al Amor de los amores!, ¡qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía!

Juan Pablo II. Lima, 15-VI-1988

Examínese cada cual

Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: "quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz.

"Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo". Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión-. "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Catecismo n. 1385

Jamás dejéis la misa dominical

Que vuestra fidelidad se manifieste especialmente en la participación litúrgica dominical y festiva: jamás dejéis la Santa Misa y, si os es posible, no dejéis jamás el encuentro con Cristo en la comunión eucarística.

Juan Pablo II. Velletri (Italia), 8-1X-1980

BENDICIÓN CON EL SANTÍSIMO

Jesucristo, antes de irse al Cielo, bendice a los hombres que estaban con Él. Y sigue bendiciéndonos cuando Él, presente en la Hostia, dejándose llevar en las manos del sacerdote, nos hace la señal de la cruz.

¡Qué quiere decir que Jesús me bendice- Bendecir: decir bien; y lo que Dios dice se hace. Cuando bendice, dice y hace el bien, da su fuerza, su paz, su gracia, su eficacia a aquello que bendice. Es como si Jesucristo dijese: eso que bendigo lo apoyo, dará la fuerza que necesite, digo bien de eso, cuenta con mi gracia.

Antes y después de lo que es propiamente la bendición aprovechamos para adorarle, para darle -hablando humanamente- un gustazo; procuramos que está a gusto, que disfrute con nosotros.

ESTACIÓN DE ADORACIÓN

Se reza tres veces lo que sigue, terminando con "una comunión espiritual".

V: Viva Jesús Sacramentado
R: Viva y de todos sea amado

Padrenuestro, Ave María y Gloria. Comunión espiritual.

Yo quisiera Señor recibiros, con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.

Oración: ¡Oh Dios!, que bajo un Sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión, concédenos que de tal suerte veneremos los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu Redención: Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R: Amén.

BENDICIÓN

Mientras Jesucristo, en manos del sacerdote, te hace la señal de la cruz, clava los ojos en Él, y aprovecha para adorarle, agradecerle, pedirle perdón, y pedirle que bendigo lo que quieras (también tus buenos deseos, Intenciones, etc.)

ALABANZAS DE DESAGRAVIO

Dios nos ha bendecido. Ahora lo bendecimos nosotros a Él. Agradecidos, decimos lo bueno que es nuestro Dios con esta colección de piropos que le echamos a Él y a quienes Él más quiere.

1. Bendito sea Dios.

2. Bendito sea su santo Nombre

3. Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.

4. Bendito sea el Nombre de Jesús.

5. Bendito sea su Sacratísimo Corazón.

6. Bendita sea su Preciosísima Sangre.

7. Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.

8. Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.

9. Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.

10. Bendita sea su Santa e lnmaculada Concepción.

11. Bendita sea su gloriosa Asunción.

12. Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.

13. Bendito sea San José, su castísimo Esposo.

14. Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus Santos. Amén.

HIMNO EUCARÍSTICO

Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte

Al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta con el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el hijo de Dios, nada es más verdadero que esta palabra de verdad

En la cruz se escondía sólo la divinidad, pero aquí también se esconde la humanidad; creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás, pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en ti, que en ti espere, que te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor! pan vivo que das la vida al hombre: concede a mi alma que de ti viva, y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, pelícano bueno: límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos sus crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria. Así sea

Santo Tomás

Texto extraído del libro "Corpus Christi", cuyo autor es José Pedro Manglano Castellary. Editorial Descláe de Brouwer...



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