PADRE NUESTRO

jueves, 11 de febrero de 2010

SU LEGADO...

Juan Pablo II habla a los jóvenes sobre:

    Alegría

    En este encuentro, cuando las sombras de la noche van cayendo, se que queréis orar como los discípulos de Emáus: Señor, el día ya declina, quédate con nosotros (cf. Lc. 24, 28). 

    Quédate para iluminar nuestras dudas y temores. 

    Quédate para que fortifiquemos nuestra luz con la tuya. 

    Quédate para ayudarnos a ser solidarios y generosos. 

    Quédate para que en un mundo con poca fe y esperanza, nos alentemos los unos a los otros y sembremos fe y esperanza. 

    Quédate, para que también nosotros aprendamos de Ti a ser luz para los otros jóvenes y para el mundo. (...)
    ¡Alegría! Mirad a vuestra experiencia y acoged los numerosos gozos que son dones de Dios: salud del cuerpo y vida del Espíritu, generosidad de corazón, admiración de la naturaleza y de las obras del hombre, y plenitud de amistad y amor. Pero aspirad a dones más altos, a la alegría perfecta que Dios revela. 

    Remontaos al gozo de Abraham, Padre de los creyentes (cf. Jn. 8, 56) Contemplad la alegría de María, "bienaventurada por haber creído", "que exulta de júbilo en Dios su Salvador" (Lc. 1, 45,47). Escuchad a Juan Bautista, el amigo del Esposo (cf. Jn. 3, 29). Mirad a San Francisco, a San Juan Bosco, a todos los Santos. 

    Y sobre todo contemplad la alegría única de Jesús: es el Hijo muy amado, en El está todo el amor del Padre (cf. Mt. 3, 17). Se regocija al ver revelado el reino a los pequeños (cf. Lc. 10,21) y entrega su vida para dar "a los afligidos el consuelo" (Oración eucarística 4). 

    . Y para vosotros, ¿cuál será vuestra alegría? 

    Os dice el Señor: "Si alguno me abre la puerta, entrare en su casa y me sentaré a su mesa; yo con él y él conmigo" (cf. Ap. 3, 20). "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt. 18, 20). "Dichosos los pobres. Dichosos los corazones puros que difunden paz, los que tiene hambre y sed de justicia" (cf. Mt. 5, 3-9). 

    Sí, queridos amigos, situaos en la alegría incluso de sufrir por el nombre de Cristo y sed hermanos con El de los que sufren. Y la resurrección de Cristo os colme del gozo que perdura (cf. Jn. 20,20) con el Espíritu Santo que os ha sido dado (cf. Rm. 5, 5). 

    Más allá de todos los gozos que iluminan vuestro camino, buscad a Aquel que os da la alegría. "Esa alegría que nadie podrá arrebataros" (Jn. 16,22)

    Jubileo de los Jóvenes, Abril de 1984

    Libertad

    Queridos jóvenes:

    La gracia y la paz de Nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros siempre.

    Me siento feliz de recibiros hoy en el Vaticano que ha sido la meta de vuestra marcha. Habéis venido libremente a demostrar vuestro amor a Cristo y a su Iglesia, y reunirnos en su nombre.

    La libertad es un gran don que habéis recibido de Dios. Quiere decir que tenéis el poder de decir sí a Cristo.

    Pero vuestro sí no significaría nada si no pudiérais decir también no. Diciendo sí a Cristo, os entregáis a El; le ofrecéis el corazón, reconocéis su puesto en vuestra vida, ya que por ser hijos de Dios, hermanos y hermanas en Cristo, habéis sido creados para decir sí al amor de Dios. Fue Cristo quien os compró la libertad. Murió para hacernos libres. Sólo Jesús os hace libre. Nos dice Él mismo en el Evangelio de San Juan: "Si el Hijo os librare, seréis verdaderamente libres" (Jn. 8, 36).

    El mayor obstáculo de vuestra libertad es el pecado que significa decir no a Dios. Pero Jesucristo Hijo de Dios esta pronto a perdonar todo pecado, y esto es lo que hace en la confesión, en el sacramento de la penitencia. Es el mismo Jesús quien perdona vuestros pecados en la confesión y os devuelve la libertad que perdísteis cuando dijísteis no a Dios. Queridos jóvenes: Amad vuestra libertad y ejercedla diciendo sí a Dios; no la enajeneis. Recobradla cuando la hayáis perdido y reforzadla en la confesión cuando flaquea. Acordaos de las palabras de Jesús: "Si el Hijo os librare, seréis verdaderamente libres".

    Jubileo de los Jóvenes, Abril de 1984


    Amor

    El tercer tema de nuestra reflexión queridos amigos jóvenes, es la fascinante verdad del amor; el amor entre los hombres, el amor con que Dios nos ha amado primero, el amor que en todo momento debemos a Dios y a los otros. 

    Oid el testimonio del evangelista San Juan: "Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn. 3, 16). Cristo es el amor del Padre hecho carne, "la bondad y el amor de Dios, nuestro salvador hacia los hombres" (Tit. 3, 4); Él incluso durante su gran humillación de la cruz pidió por sus verdugos y los perdonó. En su pasión y muerte. Cristo pasó también el oscuro abismo del amor; Él experimentó la entrega total de la propia persona a causa del amor; del que Él mismo dijo: "Nadie tiene amor mayor que este de dar uno la vida por sus amigos" (Jn. 15, 13).

    ¡Mirad sobre todo a este Jesús! ¡Mirad a su cruz! Él es en persona lo que la palabra amor significa. Él mismo quiere y debe ser también la medida de vuestro amor. Por eso, su nuevo y mayor mandamiento es: "Que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así, también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros" (Jn. 13, 34-35). Cuán hambriento de amor está el mundo enfermo, hambriento del amor salvífico de Jesucristo del Salvador, El viejo mundo exige un amor que sea joven y que regale energía juvenil. ¡Sed vosotros su mensajeros! ¡Llevad vosotros este amor a los hombres, como habéis llevado la luz de las antorchas por las calles este atardecer! Dejad que el fuego del Espíritu Santo brille en vosotros para llevar al mundo la luz y el calor del amor de Dios.

    Jubileo de los Jóvenes, Abril de 1984

    Abrid las puertas al Redentor

    Muy queridos jóvenes "¡Abrid las puertas al Redentor!" Me viene a los labios espontáneamente este llamamiento que hice al mundo al comienzo de mi pontificado y que después elegí para lema y guía de la celebración de este Año Santo extraordinario. Me salta espontáneamente a los labios esta tarde en este encuentro con vosotros que habéis venido en representación de los jóvenes de todo el mundo. Dáis testimonio de que el mensaje de Cristo no os deja indiferentes. Intuís que en su palabra puede estar la respuesta que vais buscando ansiosamente. Aun en medio de interrogantes y dudas, perplejidades y desánimos, percibís en lo hondo de vuestro corazón que Él posee la clave capaz de resolver el enigma que anida hoy en todo ser humano. No os hubierais puesto en camino hacia Roma, si no os hubiera espoleado este atisbo en el que vibra ya el gozo de un descubrimiento que puede dotar de sentido y meta a toda una vida. 

    Amadísimos hermanos. A Cristo se le descubre dejándole caminar junto a nosotros en nuestro camino. Es ésta mi invitación: dejad queridísimos jóvenes que Cristo se ponga a vuestro lado con la palabra de su Evangelio y la energía vital de sus sacramentos. La suya es presencia exigente. Puede parecer una presencia incómoda al principio, y podéis sentiros tentados de rechazarla. Pero si tenéis el coraje de abrirle las puertas del corazón y acogerlo en la vida, descubriréis en Él el gozo de la verdadera libertad, que os da la posibilidad de construir vuestra existencia sobre la única realidad capaz de resistir al desgaste del tiempo y de lanzaros más allá de las fronteras de la muerte, la realidad indestructible del amor. 

    Jubileo de los Jóvenes, Abril de 1984


    Denunciar la Cultura de Muerte, anunciar la Cultura de Vida

    Un problema real de la vida es el de verificar ante todo, cuál es el puesto de la juventud en el mundo presente. Pero prefiero en vez de hablar en abstracto, dirigirme directamente a vosotros y dialogar con vosotros: hablaré pues, de vuestro puesto, y diré sin vacilaciones que está garantizado, os está "reservado", es vuestro con todo derecho por la sencilla y elemental razón del recambio generacional.

    Donde están hoy los adultos o los ancianos, ahí estaréis un día vosotros mismos y, por añadidura, en un porvenir que el desarrollo tecnológico y la legislación social, que nadie puede detener, hacen más cercano de lo que se cree. Es una afirmación casi banal decir que el futuro es de los jóvenes aun cuando también se da por descontado de la misma manera que no podrán construir este futuro sin asumir la heredad de las generaciones precedentes, sin "honrar al padre y a la madre" (cf. Dt. 5, 16) que les han transmitido el don de la vida con los valores y los ideales más entrañables para ellos.

    Pero la pregunta se vuelve más sutil e insidiosa, desde momento en que de una meta que no esta lejana, o cada vez nos lejana ("tendréis un día el puesto que os corresponde") se pasa a la actualidad ¿cuál es el puesto que tenéis ahora, en cuanto jóvenes? efectivamente aquí puede surgir alguna duda ante la evidencia de ciertos hechos, ¿cómo negar, por ejemplo que a veces el mundo de los adultos tiende a excluir a los más jóvenes? ¿Cómo negar que hay en el mundo moderno muchas amenazas y peligros que los jóvenes advierten con mayor lucidez e inmediación y como por instinto? Ante tales amenazas ¿Cómo desentenderse del interrogante crucial de nuestros días acerca del sentido general de la vida: a donde va el mundo? y ¿a dónde llegará el progreso técnico-científico con los innegables peligros que comporta? ¿y cómo excluir la locura que lo trastorna todo en un conflicto nuclear?

    Vosotros os sentís amenazados por un sociedad que no habéis elegido, una sociedad que no habéis construido, pero que sin embargo formáis parte de ella con responsabilidades crecientes. Esta sociedad parece volverse loca cuando moviliza todas sus energías para lanzarse a lo que constituye su destrucción. El progreso científico y tecnológico aparentemente ha hecho al hombre dueño del mundo material. La experiencia demuestra por desgracia que no se trata de un domino científico neutro, como han pensado algunos. Efectivamente el hombre moderno tiene la tentación de considerarlo todo como un objeto de manipulación y con frecuencia ha terminado por situarse también a sí mismo entre dichos objetos ¡Esta es la gran amenaza de nuestra época!

    En vosotros está queridos jóvenes, con esa atenta ponderación que pueden conjuntarse muy bien con vuestro natural entusiasmo, ofrecer una aportación personal a la superación de situaciones que no satisfacen, sacando inspiración de vuestra fe y fuerza de vuestro dinamismo. Vosotros lo podéis hacer, manteniendo abierto el dialogo con los adultos y hablándoles con franquezas, libre de toda acritud: Nosotros -les diréis- reconocemos y sacamos provecho de lo que nos ofrecéis, nosotros no os acusamos de los frutos y "conforts" del progreso; no negamos vuestros méritos; pero os pedimos poder esta a vuestro lado para eliminar ciertas aberraciones, para superar las injusticias persistentes. Queremos que el progreso sea positivo y no mortífero; que sea de todos y para todos, no sólo para algunos; que sirva a la causa de la paz, y no a la de la guerra; que promueva hacia lo alto la autenticidad de la humanitas y no rebaje ni degrade -nunca jamás- el divino destello en el hombre.

    Algunos de vosotros se sienten ignorados y marginados; no aceptamos soluciones que sean trámite y factor de decadencia, queremos ofreceros la fuerza de nuestra esperanza. La carga vital que hay en nosotros y es don de Dios, está disponible para una utilización que esté siempre en favor del hombre y nunca contra el hombre.

    Jubileo de los Jóvenes, Abril de 1984

    Construir un mundo más humano

    ¿Y qué os corresponde a vosotros, queridos jóvenes? Yo diría, de acuerdo con todo lo que acabo de insinuar, que os corresponde una especie de función profética: podéis desarrollar una acción de denuncia contra los males de hoy, hablando ante todo contra esa difundida "cultura de muerte" que, al menos en ciertos contextos étnico-sociales (afortunadamente no en todas partes); se manifiesta como un peligroso plano inclinado de resbalamiento y de ruina. Mirad es un derecho-deber vuestro reaccionar contra dicha cultura: vosotros debéis apreciar siempre y esforzaros por hacer apreciar la vida, rechazando las violaciones sistemáticas que comienzan con la supresión del que va a nacer, se desarrollan con las innúmeras violencias de las guerras, llegan a la exclusión de los inhábiles y de los ancianos, para terminar en la solución final de la eutanasia. Os corresponde a vosotros en virtud de la innata sensibilidad que tenéis por los valores que Cristo ha anunciado, en virtud de vuestra alegría a los compromisos, afanaros, juntamente con quienes son mayores que vosotros y que no se han resignado a tales compromisos, para que se superen las injusticias persistentes y todas sus prometeiformes manifestaciones, las cuales, lo mismo que los males antes citados, tiene su raíz en el corazón del hombre.

    Por otra parte, todo esto no tendría sentido, si no supieseis afrontar también una valiente autodenuncia, individuando los límites de todo lo que tienen de excesivo ciertas reclamaciones, venciendo la tentación, a veces insistente y siempre irracional, de la contestación total y de la aversión ciega. A vosotros os corresponde verificar si algún bacilo de esa "cultura de muerte" por ejemplo, la droga, el recurso al terror, el erotismo, las múltiples formas del vicio anida también dentro de vosotros y este allí contaminando y destruyendo -¡desgraciadamente!- vuestra juventud.

    Os lo repito de nuevo, querídisimos jóvenes: no cedáis a la "cultura de muerte". Elegid la vida. Alineaos con cuantos no aceptan rebajar su cuerpo al rango de objeto. Respetad vuestro cuerpo. Formad parte de vuestra condición humana: es templo del Espíritu Santo. Os pertenece porque os lo ha donado Dios. No se os ha donado como un objeto del que podéis usar y abusar. Forma parte de vuestra persona como expresión de vosotros mismos, como un lenguaje para entrar en comunicación con los otros en un diálogo de verdad, de respeto, de amor. Con vuestro cuerpo podéis expresar la parte más secreta de vuestra alma, el sentido más personal de vuestra vida: vuestra libertad, vuestra vocación "¡Glorificad a Dios en vuestro cuerpo"! (1 Cor. 6, 20).

    Y glorificadlo en vuestra vida. Queridísimos jóvenes, no lo olvidéis: vuestra denuncia respecto a las contradicciones del mundo de los adultos será tanto más eficaz y creíble, cuanto mejor sepáis daros a vosotros mismos, los primeros, el ejemplo de una voluntad templada en la rectitud y en la honestidad de una iniciativa madura, de una coherente fidelidad a las líneas positivas de la vida y a los valores constantes que se llaman religiosidad, libertad, justicia, laboriosidad, corrección, colaboración, paz.

    No basta denunciar: hay que hacer. Hay que comprometerse en primera persona, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, en la construcción de un mundo que sea realmente a medida del hombre, más aún, a medida de los hijos de Dios. Con esperanza renovada cada día, debéis luchar, al lado de quienes antes que vosotros emprendieron ya batalla, para reparar el mal, consolar a los afligidos, ofrecer la palabra de la esperanza que puede convertir los corazones y llevar a bendecir en vez de maldecir, a amar en vez de odiar. De este modo, seréis testigos de la luz de Cristo en un mundo donde las tinieblas del mal continúan insinuando peligrosamente a los corazones humanos.

    Vuestro valor y vuestra fuerza serán tanto mayores cuanto mejor comprendáis que, en este combate entre la luz y las tinieblas, no nos corresponde determinar cuáles deben ser sus desarrollos y, mucho menos, cuál debe ser su compromiso. Sólo nos corresponde realizar en él nuestra parte con lealtad y coherencia, contando con la fuerza de Cristo resucitado, hasta que el Padre, que guía la historia hacia su trascendente destino juzgue que ha llegado la plenitud de los tiempos.

    Jubileo de los Jóvenes, Abril de 1984

    La verdadera Juventud

    Si sabéis mirar el mundo con los ojos nuevos, que os da la fe, entonces sabréis salir a su encuentro con las manos tendidas en un gesto de amor. Sabréis descubrir en él, en medio de tanta miseria y tanta injusticia, presencias insospechadas de bondad, fascinadoras perspectivas de belleza, motivos fundados de esperanza en un mañana mejor. Si dejáis que la Palabra de Dios entre en vuestro corazón y lo renueve comprenderéis que no es necesario rechazar todo lo que los adultos, y en particular vuestros padres, os han transmitido. Sólo hay que discernir con sabiduría cada cosa, para descartar lo que es caduco y conservar lo que es válido y duradero. Más aún, descubriréis cuánta gratitud debéis a los que os han precedido, porque también ellos han esperado, luchado, sufrido. Y todo esto lo han hecho por vosotros. Ésta es, en efecto, la verdad: las jóvenes generaciones de ayer, las de vuestros padres y vuestros abuelos, afrontaron fatigas, dolores, renuncias por vosotros, con la esperanza de que se os ahorrasen las pruebas que se abatieron sobre ellos. Quizá no han conseguido transmitirnos la mejor parte de sí. Pero, si abrís los ojos, descubriréis el amor que ha inspirado sus intentos y podréis reconocer en el pasado una fuerza más que un peso: una propuesta y una posibilidad más que un condicionamiento.

    Si sabéis responder a la llamada de Dios descubriréis -y muchos de vosotros sin duda lo han hecho- que la verdadera juventud es la que da Dios mismo. No la de la edad, anotada en el registro oficial, sino la que desborda de un corazón renovado por Dios. Descubriréis que el más joven puede ponerse al lado del mayor que él y entablar un diálogo dando y recibiendo algo con enriquecimiento recíproco y alegría siempre nueva.
    Descubriréis que el más pobre, el más probado en el propio cuerpo, el más desprovisto humana y socialmente, puede ser en realidad el primero en el reino de los cielos, puede ser aquél o aquella de cuya mediación se sirve Dios para traer la salvación al mundo. Descubriréis que un enfermo, un moribundo puede unir su vida a la de Cristo y contribuir a cambiar el curso de las cosas lo mismo que el más fuerte y el más sabio. Descubriréis dónde está la verdadera fuerza que puede transformar el mundo.

    La verdadera fuerza está en Cristo, el Redentor del mundo. Este es el punto central de todo el discurso. Y éste es el momento de plantear la pregunta crucial: Este Jesús que fue joven como vosotros, que vivió ejemplarmente en una familia y conoció a fondo el mundo de los hombres, ¿quién es para vosotros? ¿Es sólo un hombre, un gran hombre, un reformador social? ¿Es sólo un profeta mal comprendido entre los suyos (cf. Jn. 1, 11) , y contestado en su tiempo (cf. Lc. 2, 34), y, por esto, condenado a muerte? ¿O no es, más bien, el "Hijo del hombre", esto es, el hombre por excelencia, que en la realidad de la carne asume y resume las vicisitudes, las tribulaciones de los hombres sus hermanos, y a la vez, como "Hijo de Dios", las rescata y redime todas? Yo sé que Cristo hombre y Dios es para vosotros el punto supremo de referencia. ¡Lo sé!.

    En el pórtico de la pasión que la liturgia pascual va a conmemorar, sentimos resonar precisamente en el Evangelio de hoy, entre las líneas de una cínica trama, la arcana palabra de Caifás que pensaba sacrificar al inocente "para que no perezca la nación entera. Esto -observa el Evangelista psicólogo- no lo dijo por propio impulso, sino que... habló proféticamente anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos" (Jn. 11, 50-51)

    Esta profecía, queridos jóvenes, se ha cumplido. Cristo murió por los hombres, por los hombres de todas las generaciones que se suceden en la faz de la tierra. Cristo murió y con su muerte ha reunido, hermanándolos, a los hijos de Dios. La redención humana es obra suya: la unidad de los hombres es obra suya; y una y otra tienen un valor universal y duran para siempre, porque se alimentan en la inagotable virtud de su resurrección.

    Es esencial, pues, creer en Cristo hombre y Dios: en Cristo muerto y resucitado; en Cristo redentor y que recapitula toda la humanidad. Si es viva e inquebrantable vuestra adhesión a Él, os resultará más fácil resolver los problemas -pequeños y grandes- que se presentan en nuestra vida, tanto de individuos como de representantes de la nueva generación. En toda circunstancia de la vida jamás olvidéis que Dios amó tanto al mundo que dio su Hijo unigénito para nosotros (cf. Jn. 3, 16). Buscad en vuestra fe las razones de esperar y el modelo de reaccionar, que es propio de los discípulos de Cristo.

    Vigorizad, pues, vuestra fe; revividla si es débil. ¡Abrid las puertas a Cristo! Abrid vuestros corazones a Cristo, acogedlo como compañero guía de vuestro camino.

    En su nombre, estaréis en disposición de preparar un porvenir más sereno, más humano para vosotros y para vuestros hermanos. Está en vosotros, sobre todo en vosotros, consagrarle el tercer milenio, que ya se perfila en el horizonte humano.

    Amadísimos jóvenes de lengua española: Vuestra presencia en Roma durante estos días del Jubileo, ha sido una abierta profesión de fe en Cristo: Él no es solamente un gran hombre o un reformador social. Es el Hijo de Dios que se hizo hombre como nosotros. Él es el Redentor del hombre, que con su muerte ha redimido a todos haciéndolos hijos de Dios. Avivad vuestra fe en Cristo, queridos jóvenes, y sacad de Él inspiración para vuestra vida. El mundo ofrece tantos ejemplos de mal, de injusticia, de opresión del hombre, de muerte y amenazas de catástrofes. Vosotros debéis denunciar el mal, pero sobre todo debéis vivir el bien; debéis denunciar la cultura de muerte que aflige al mundo con la eliminación de tantos seres aún no nacidos, con la guerra, con la marginación de los inhábiles y ancianos. Frente a todo ello, elegid la vida, y no sucumbáis a la cultura de muerte que es también la droga, el terrorismo, el erotismo y otras formas de vicio. Pedid vuestro puesto en la sociedad, pero sabed colaborar con las generaciones pasadas, que lucharon como vosotros y por vosotros. En una palabra: Abrid el corazón a Cristo. Y con la fe y amor a Él, hacedle vuestro compañero de viaje, trabajando para que el próximo milenio sea más pacífico, más justo, más moral y solidario.

    Jubileo de los Jóvenes, Abril de 1984

    María y Tú

    El largo y silencioso itinerario de la Virgen que se inició con el "Fiat" gozoso de Nazaret y se cubrió de oscuros presagios en la presentación del Primogénito en el templo, encontró en el Calvario su coronamiento salvífico. "La Madre miraba con ojos de piedad las llagas del Hijo, de quien sabía que iba a venir la redención del mundo" (ib., 49). Crucificada con el Hijo crucificado (cf. Gál 2, 20), contemplaba con angustia de Madre y con heroica fe de discípula, la muerte de su Dios; "consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado" (Lumen Gentium, 58) para ese Sacrificio.

    Entonces pronunció su último "Fiat", cumpliendo la voluntad del Padre en favor nuestro y acogiéndonos a todos como a hijos, en virtud del testamento de Cristo: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19, 26)."He ahí a tu Madre", dijo; "y el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19, 27): el discípulo virgen acogió a la Virgen Madre como su luz, su tesoro, su bien, como el don más querido heredado del Señor. Y la amó tiernamente con corazón de hijo. "Por esto, no me maravillo -escribe Ambrosio- de que haya narrado los divinos misterios mejor que los otros aquel que tuvo frente a sí a la morada de los misterios celestes" (Ambrosio, ib., 50).

    Jóvenes: Acoged también vosotros a María en vuestro corazón y en vuestra vida: que sea Ella la idea inspiradora de vuestra fe, la estrella luminosa de vuestro camino pascual, para construir un mundo nuevo en la luz del Resucitado, esperando la Pascua eterna del reino.

    Jubileo de los Jóvenes, Abril de 1984

    Preguntas de Juan Pablo II a los Jóvenes

    1) Y para vosotros, ¿Cuál será vuestra alegría?
    ¿Quién ha dicho que la juventud de hoy ha perdido el sentido de los valores? ¿Es verdad que no se puede contar con ella?

    2) ¿Cuál es el puesto que tenemos ahora, en cuanto jóvenes?
    ¿Cómo negar que hay en el mundo moderno muchas amenazas y peligros que los jóvenes advierten con mayor lucidez e inmediación como por instinto?

    3) ¿Cómo desentenderse del interrogante crucial de nuestros días acerca del sentido general de la vida hoy: a dónde va el mundo?
    ¿A dónde llegará el progreso técnico científico con los innegable peligros que comporta?
    ¿Y cómo excluir la locura que lo trastorna todo en un conflicto nuclear?
    ¿Y qué os corresponde a vosotros queridos jóvenes?

    4) ¿Quién es para vosotros Jesús?
    ¿Es sólo un hombre, un gran hombre, un reformador social?
    ¿Es sólo un profeta mal comprendido entre los suyos, contestando en su tiempo, y, por eso, condenado a muerte?
    ¿O no es, más bien, el "Hijo del Hombre", esto es, el hombre por excelencia, que en la realidad de la carne asume y resume las vicisitudes, y tribulaciones de los hombres y sus hermanos, y a la vez como "Hijo de Dios", las rescata y redime todas?

    5) ¿Cómo ha de ser el hombre?
    ¿Qué tipo de hombre vale la pena ser?
    ¿Quién he de ser yo, para llevar de un contenido justo esta humanidad que se me ha dado?
    6) ¿Qué espera pues Cristo de ti?

    Tomado de diversos discursos del Papa a los jóvenes

    Respuestas del Papa a los Jóvenes



    LAS RESPUESTAS

    Diálogo y Anuncio 

    Os doy gracias por este encuentro que habéis querido organizar como una especie de diálogo. Habéis querido hablar con el Papa. Lo cual es muy importante por dos razones. 

    La primera, porque este modo de actuar nos traslada directamente a Cristo; en Él se desarrolla constantemente un diálogo, una conversación de Dios con el hombre y del hombre con Dios. 

    Cristo -como habéis oído- es el Verbo, la Palabra de Dios. Es el Verbo eterno. Este Verbo de Dios, como el hombre, no es la palabra de un "gran monólogo", sino que es la Palabra del "diálogo incesante" que se desarrolla en el Espíritu Santo. Sé que esta frase es difícil de comprender, pero yo la digo igualmente y os la dejo para que la meditéis. ¿No hemos, quizá, celebrado esta mañana el misterio de la Santísima Trinidad? 

    La segunda razón es ésta: el diálogo responde a mi convicción personal de que ser el servidor del Verbo, de la Palabra, quiere decir "anunciar" en el sentido de "responder". Para responder conviene conocer las preguntas. Por eso está bien que las hayáis planteado; de otra forma habría tenido yo que adivinarlas para poderos hablar, para poderos responder. 

    He llegado a esta convicción no sólo a causa de mi antigua experiencia como profesor a través de la cátedra o en los grupos de trabajo, sino sobre todo a través de mi experiencia de predicador; en las homilías o durante los retiros espirituales. Y la mayoría de las veces yo me dirigía a los jóvenes; era a los jóvenes a quienes ayudaba a encontrar al Señor, a escucharlo y también a responderle.

    ¿Quién es Jesucristo? 
     
    Vuestra pregunta central se refiere a Jesucristo. Queréis oírme hablar de Jesucristo y me preguntáis quien es para mí, Jesucristo. 

    Permitidme que yo os devuelva la misma pregunta y os diga: para vosotros, ¿quién es Jesucristo? De ese modo, y sin eludir la cuestión, os diré también mi respuesta, diciendo lo que es para mí.

    El Evangelio todo entero es el diálogo con el hombre, las diversas generaciones, con las naciones, con las diversas tradiciones..., pero siempre y continuamente un diálogo con el hombre, con cada hombre, uno, único, absolutamente singular. 

    Al mismo tiempo, se encuentran muchos diálogos en el Evangelio. Entre ellos, considero especialmente elocuente el diálogo de Cristo con el joven rico. 

    Voy a leeros el texto, porque quizá no todos vosotros lo recordáis bien. Es el capítulo 19 del evangelio de Mateo.
    "Acercósele uno y le dijo: 'Maestro, ¿qué obra buena he de realizar para alcanzar la vida eterna?' Él le dijo: '¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno sólo es bueno: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos'. Díjole él: ¿Cuáles? Jesús respondió: 'No matarás, no adulterarás, no hurtarás, no levantarás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre, y ama al prójimo como a ti mismo'. Díjole el joven: 'todo esto lo he guardado. ¿Qué me queda aún? Dijole Jesús: 'Si quieres ser perfecto ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme'. Al oír esto el joven se fue triste porque tenía muchos bienes". 

    ¿Por qué Cristo dialoga con este joven? La respuesta se lee en el texto evangélico. Y vosotros me preguntáis por qué yo, en todas partes adonde voy, quiero encontrarme con los jóvenes. 

    Respondo: porque "el joven" significa el hombre que, de manera especial, de manera decisiva; está en trance de "formación". Eso no quiere decir que el hombre no se esté formando durante toda su vida; se dice que "la educación comienza ya antes del nacimiento" y dura hasta el último día. Sin embargo, la juventud, desde el punto de vista de la formación, es un periodo especialmente importante, rico y decisivo. Y si reflexionáis sobre el diálogo de Cristo con el joven rico encontraréis la confirmación de lo que acabo de decir. 

    Las preguntas de ser joven son esenciales. Las respuestas lo son también.

    El Evangelio y los problemas de hoy 

    Esas preguntas y esas respuestas no son esenciales solamente para el joven en cuestión, importantes por su situación de entonces; son igualmente de primera importancia y esenciales para el tiempo actual. Por eso, a la cuestión de saber si el Evangelio puede responder a los problemas de los hombres de hoy, yo respondo: no solamente "es capaz de ello, sino que hay que ir más lejos; sólo el Evangelio da una respuesta total, que va completamente hasta el fondo de las cosas". 

    He dicho al comienzo que Cristo es el Verbo, la Palabra de un diálogo incesante. Él es el diálogo, el diálogo con todo hombre, si bien algunos no se presenten a él, ni todos sepan como llevarlo adelante, e incluso hay quienes rechazan explícitamente ese diálogo. Se alejan... Y, sin embargo..., quizás ese diálogo sigue entablado también con ellos. Yo estoy convencido de que es así. Más de una vez este diálogo "se desvela" de modo inesperado y sorprendente.

    El contacto con los hombres de estado

    Recojo también vuestra pregunta con la que queréis saber por qué, en los diversos países donde voy, y también en Roma, hablo con los diversos Jefes de Estado. 

    Simplemente, porque Cristo habla con todos los hombres, con todo hombre. Por otra parte, pienso que -no lo dudéis- no hay menos cosas que decir a los hombres que tiene tan grandes responsabilidades sociales que al joven del Evangelio, y que a cada uno de vosotros. 

    A vuestra pregunta sobre el tema de mis conversaciones con los Jefes de Estado, responderé que yo les hablo muy a menudo precisamente de los jóvenes. No en balde, de la juventud depende "el día de mañana". Estas últimas palabras están sacadas de una canción que los jóvenes polacos de vuestra edad cantan frecuentemente: "De nosotros depende el día de mañana. Yo también la he cantado más de una vez con ellos. Por otra parte, me ha gustado siempre mucho cantar canciones con los jóvenes, por la música y por las palabras. Evoco este recuerdo porque me habéis hecho preguntas sobre mi patria; pero para responder a ello, tendría que hablaros más detenidamente. 

    La Iglesia es una y Universal 

    Evidentemente esta pregunta es más amplia y va mucho más allá de cuanto acabo de decir respecto a la Iglesia en Francia o en Polonia. En efecto, una y otra son "occidentales", ya que pertenecen al mismo ámbito de la cultura europea y latina, pero mi respuesta será la misma. Por su naturaleza, la Iglesia es una y universal. Llega a ser Iglesia de cada nación, o de los continentes, o de las razas, a causa y en la medida en que esas sociedades aceptan el Evangelio y hacen de él, por así decirlo, propiedad suya. Recientemente he estado en África. Todo indica que las jóvenes Iglesias de ese continente tiene plena conciencia de ser africanas. Y aspiran conscientemente a vincular el cristianismo con las tradiciones de sus culturas. En Asia, y sobre todo en el Extremo Oriente, se cree frecuentemente que el cristianismo es la religión "occidental", y, sin embargo, yo no dudo de que las Iglesia allí establecidas sean Iglesia "asiáticas". 

    La felicidad en el mundo de hoy 

    El joven del Evangelio pregunta: "Señor ¿qué obra buena he de realizar para alcanzar la vida eterna?" (Mt. 19, 16).
    Y ahora vosotros planteáis esta cuestión: ¿Se puede ser feliz en el mundo de hoy? 

    ¡En verdad os planteáis la misma pregunta del joven! Cristo le responde -a él y también a vosotros, a cada uno de vosotros-: Sí, se puede. Esto es, en efecto lo que responde aunque sus palabras sean aquellas: "Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" (Mt. 19, 17) Y responderá también más adelante: "Si quieres ser perfecto, ve vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y ven y sígueme" (cf. Mt. 19, 21) 

    Estas palabras significan que el hombre no puede ser feliz más que en la medida en que es capaz de aceptar las exigencias que le plantea su propia humanidad, su dignidad de hombre, Las exigencias que le plantea Dios.

    Las exigencias del orden moral
     
    Así, pues, Cristo no responde solamente a la pregunta de si se puede ser feliz, sino que dice además cómo se puede ser feliz, en qué condiciones. Esta respuesta es totalmente original y no puede ser superada; ni puede dejar de tener vigencia. Debéis reflexionar mucho sobre ella y adaptarla a vosotros mismos. La respuesta de Cristo comprende dos partes. En la primera, se trata de observar los mandamientos. Y aquí, yo haría una digresión motivada por una de vuestras preguntas sobre los principios que la Iglesia enseña en el terreno de la moral sexual. Exponéis vuestra preocupación al ver que son difíciles y que los jóvenes podrían, precisamente por esa razón, alejarse de la Iglesia. Y yo os respondo: si pensáis en esta cuestión seriamente y vais al fondo del problema, os aseguro que os daréis cuenta de una sola cosa: en este terreno, la Iglesia plantea solamente las exigencias que están estrechamente ligadas al amor matrimonial y conyugal verdadero, es decir, responsable. Exige lo que requiere la dignidad de la persona y el orden social fundamental. Yo no niego que haya exigencias. Pero es justamente ahí donde se halla el punto clave del problema: el hombre se realiza a sí mismo solamente en la medida en que sabe imponerse a sí mismo esas exigencias. En caso contrario, se aleja "todo triste", como acabamos de leer en el Evangelio. La permisividad moral no hace a los hombres felices. La sociedad de consumo no hace a los hombres felices. No lo han hecho jamás.

    La vocación cristiana

    En el diálogo de Cristo con el joven. hay como he dicho, dos fases. En la primera se trata de los mandamientos del Decálogo, es decir, las exigencias fundamentales de toda moralidad humana. En la segunda, Cristo dice: "Si quieres ser perfecto... ven y sígueme" (Mt. 19, 21) 

    Este "ven y sígueme" es un punto central y culminante de todo este episodio. Esas palabras indican que no se puede aprender del cristianismo como una lección compuesta de numerosos y diversos capítulos, sino que hay que enlazarlo siempre con una Persona, con una persona viviente: con Jesucristo. Jesucristo es el guía, es el modelo. Se le puede imitar de diversos modos y en diversa medida, hacer de Él la "regla" de la propia vida. 

    Cada uno de nosotros es como un "material" particular del que se puede -siguiendo a Cristo- obtener cierta forma concreta, única y absolutamente singular de la vida, que puede llamarse la vocación cristiana. Sobre este punto se han dicho muchas cosas en el último Concilio, por lo que se refiere a la vocación de los laicos.

    La vocación sacerdotal o religiosa

    Habéis hecho otra pregunta sobre mi propia vocación sacerdotal. Trataré de responderos brevemente, siguiendo la línea de vuestra pregunta. Así, pues, diré en todo: hace dos años que soy Papa hace más de veinte que soy obispo, y, sin embargo, para mí sigue siendo lo más importante el hecho de ser sacerdote. El hecho de poder diariamente celebrar la Eucaristía, de poder renovar el propio sacrificio de Cristo, ofreciendo en Él todas la cosas al Padre: el mundo, la humanidad, yo mismo. En eso, ciertamente, consiste la justa dimensión de la Eucaristía. Por eso también tengo presente en mi memoria ese desarrollo interior, mediante el cual "yo oí" el llamamiento Cristo al sacerdocio, ese especial "ven y sígueme". 

    Al confiaros estas cosas, yo exhorto a cada uno y cada una de vosotros, a que prestéis mucha atención a esas palabras evangélicas. Con ello se formará hasta el fondo vuestra humanidad y se definirá la vocación cristiana de cada uno de vosotros. Y quizá, por vuestra parte, oiréis también la llamada al sacerdocio o a la vida religiosa. Francia, hasta hace poco tiempo, era rica de vocaciones. Ha dado, entre otras cosas, a la Iglesia muchos misioneros y muchas religiosas misioneras. Ciertamente Cristo continúa hablando en las orillas del Sena y dirige siempre la misma llamada. Escuchad atentamente. Conviene en la Iglesia nunca falten quienes "han sido escogidos de entre los hombres", a los cuales Cristo establece de modo especial, "para el bien de los hombres" (Heb. 5, 1) y envía a los hombres. 

    La oración 

    Habéis hecho también una pregunta sobre la oración. La oración puede definirse de muchas maneras. Pero la más frecuente es llamarla un coloquio, una conversación, un entretenerse con Dios. Al conversar con alguien no solamente hablamos, sino que demás escuchamos. La oración, por lo tanto, es también una escucha. Consiste en ponerse a escuchar la voz interior de la gracia. A escuchar la llamada. Y entonces, ya que me preguntáis como reza el Papa, os respondo: como todo cristiano; habla y escucha. A veces, reza sin palabras, y es entonces cuando más escucha. Lo más importante es precisamente lo que "oye". Trata también de unir la oración a su obligaciones, a sus actividades, a su trabajo y unir su trabajo a la oración. De esa mera, día tras día, trata de cumplir su "servicio", su "ministerio", que se deriva de la voluntad de Cristo y de la tradición viviente de la Iglesia.

    El ministerio del Papa 

    Me preguntáis también como veo yo ese servicio ahora que va ha hacer dos años que fui llamado a ser Sucesor de Pedro. Lo veo sobre todo como una maduración en el sacerdocio y como la permanencia en la oración como María, la Madre de Cristo, a ejemplo de los Apóstoles, que eran asiduos en la oración, dentro del cenáculo de Jerusalén, cuando recibieron el Espíritu Santo. Además de esto, encontraréis mi respuesta a esa pregunta al examinar las restantes. Y sobre todo la que se refiere a la realización del Concilio Vaticano II (pregunta número 14) Preguntáis si es posible. Y yo respondo: no solamente es posible la realización del Concilio. Sino que es necesaria. Y esta respuesta es ante todo la respuesta de la fe. Es la primer respuesta que di la mañana siguiente a mi elección. ante los cardenales reunidos en la capilla Sixtina. Es la respuesta que me di a mismo y los demás primeramente como obispo y como cardenal y es la respuesta que doy constantemente, es ese el problema principal. Creo que, a través del Concilio, se han realizado para la Iglesia en nuestra época las palabras de Cristo, con las que prometio a su Iglesia el Espíritu de verdad, que conducía a las almas y los corazones de los Apóstoles y de sus sucesores, permitiéndoles permanecer en la verdad, realizando a la luz de esa verdad "los signos de los tiempos". Es justamente lo que el Concilio ha hecho en función de las necesidades de nuestro tiempo, de nuestra época, Creo que, gracias al Concilio, el Espíritu Santo "habla" a la Iglesia. Digo esto, recogiendo la expresión de San Juan. Nuestro deber es comprender, de modo firme y honrado, lo que "dice el Espíritu" y ponerlo en práctica, evitando las posibles desviaciones, desde cualquier punto de vista, del camino que el Concilio ha trazado.

    Fidelidad a la Palabra de Dios 
     
    El servicio del obispo, y en particular el del Papa, esta ligado a una responsabilidad especial en relación a lo que dice el Espíritu: está ligado a esa responsabilidad por lo que respecta al conjunto de la fe de la Iglesia y de la moral cristiana. En efecto, son esa fe y esa moral las que deben enseñar en la Iglesia los Obispos con el Papa, vigilando a la luz de la Tradición siempre viva, sobre su conformidad, con la palabra de Dios revelada. Por eso deben a veces darse cuenta también de que ciertas opiniones, ciertas publicaciones manifiestan claramente la falta de esa conformidad. No constituyen una doctrina autentica de la fe cristiana y de la moral. Y al hablar de esto respondo a una de vuestras preguntas . Si tuviéramos más tiempo, podría dedicar a este problema una exposición más amplia, sobre todo porque en este terreno abundan las informaciones falsas y las explicaciones erróneas; pero hoy hemos de contentarnos con esta pocas palabras.

    El don de la unidad entre los cristianos 

    Querríais saber si yo espero la unidad de las iglesias y cómo me la figuro. Os responderé lo mismo que a propósito de la aplicación del Concilio. También ahí veo una llama particular del Espíritu Santo. Por lo que respecta a su realización a las diversas etapas de esta realización, encontramos en la enseñanza del Concilio todos los elementos fundamentales. Estos son los que hay que poner en práctica, buscando sus aplicaciones concretas y, sobre todo, rogando siempre con fervor, constancia y humildad. La unión de los cristianos no puede realizarse más que con una maduración profunda en la verdad una conversión constante de los corazones. Todo esto debemos hacerlo según nuestras capacidades humanas, revisando todos los "procesos históricos" que han durado tantos siglos, Pero, en definitiva, esta unión, por la que no debemos ahorrar ni esfuerzo ni trabajos, será el don de Cristo a su Iglesia. Como ya es de hecho un don suyo el que hayamos entrado en el camino de la unidad.

    Promover la paz y la justicia en el mundo 

    Siguiendo con la lista de vuestras preguntas os respondo. Ya he hablado muchas veces de los deberes de la Iglesia en el campo de la justicia y de la paz, siguiendo la estela de las actividades de mis grandes predecesores Juan XXIII y Pablo VI. Hago referencia a todo esto porque me habéis preguntado: ¿qué podemos hacer por esta causa nosotros lo jóvenes? ¿Podemos hacer algo para impedir una nueva guerra, una catástrofe que sería incomparablemente más terrible que la anterior? Creo que, en la formulación misma de vuestras preguntas, encontraréis la respuesta esperada. Leed esas preguntas, meditadlas. Haced de ellas un programa comunitario, un programa de vida. Vosotros los jóvenes tenéis ya la posibilidad de promover la paz y la justicia allí donde estáis, en vuestro mundo. Eso supone ya actitudes precisas de acierto al enjuiciar la verdad sobre vosotros mismos y sobre los otros, un deseo de justicia basado sobre el respeto de los demás a sus diferencias, a sus derechos importantes; así se prepara un clima de fraternidad para el mañana, cuando vosotros tengáis grandes responsabilidades en la sociedad. Si se quiere hacer un mundo nuevo y fraternal, conviene preparar hombres nuevos.

    Ayudar al desarrollo del tercer mundo 

    Y ahora, la pregunta sobre el Tercer Mundo. Es un gran tema histórico, cultural, de civilización. Pero es sobre todo un problema moral. Preguntáis con toda razón cuales deben ser las relaciones entre nuestro país y los países del Tercer Mundo: de África y de Asia, Hay ahí, efectivamente, grandes obligaciones de orden moral. Nuestro mundo "occidental" es al mismo tiempo "septentrional" (europeo o Atlántico) Sus riquezas y su progreso deben mucho a los recursos y a los hombre de estos continentes. En la nueva situación en que nos encontramos después del Concilio, no se puede continuar buscando allí solamente la fuente de un enriquecimiento ulterior y del propio progreso. Se debe conscientemente y organizándose para ello, ayudarles en su desarrollo. Ese es quizá el problema más importante por lo que respecta a la justicia y a la paz en el mundo de hoy y de mañana. La solución de ese problema depende de la generación actual, y dependerá de vuestra generación y de las que seguirán. Aquí también se trata de continuar el testimonio dado a Cristo y a la Iglesia por muchas generaciones anteriores de misiones, religiosos y laicos. 

    Ser testigo de Cristo 

    Y ahora la pregunta sobre cómo ser hoy testigos de Cristo. Es la cuestión fundamental, la continuación de la meditación central de nuestro diálogo, la conversación de Jesús con el joven. Cristo le dice "sígueme". Es lo que le dijo a Simón, hijo de Juan, a quien dio el nombre de Pedro; a su hermano Andrés, a los hijos de Zebedeo, a Natanael. Dijo "sígueme" para repetir luego, después de la resurrección "seréis mis testigos" (Act. 1, 8). Para ser testigos de Cristo, para dar testimonio de El, ante todo hay que seguirle. Hay que aprender a conocerle, hay que ponerse por decirlo así, en su escuela, penetrar todo su misterio. Es una tarea fundamental y central. Sino lo hacemos así, si no estamos dispuestos a hacerlo constante y honradamente, nuestro testimonio corre el riesgo de ser superficial y exterior. Corre el riesgo de no ser un testimonio, Si, por el contrario seguimos atentos a esto, el mismo Cristo nos enseñará, mediante su Espíritu, lo que tenemos que hacer, cómo debemos comportarnos, en qué y cómo debemos comprometernos, cómo llevar adelante el diálogo con el mundo contemporáneo, ese diálogo que Pablo VI denominó dialogo de salvación.

    Tarea de los jóvenes y las jóvenes en la Iglesia 

    Por consiguiente, si me preguntáis "¿Qué debemos hacer en la Iglesia, sobre todo nosotros los jóvenes?" tengo que responderos: aprender a conocer a Cristo. Constantemente. Aprender de Cristo. En Él se encuentran verdaderamente los tesoros insondables de la sabiduría y de la ciencia. En el, el hombre, sobre quien pesan sus limitaciones, sus vicios, sus debilidades y sus pecados, se convierte realmente el "hombre nuevo", se convierte en el hombre "para los demás" y se convierte también en la gloria de Dios, porque la gloria de Dios, como dijo en el siglo II San Ireneo de Lyon, obispo y mártir, es el "hombre viviente". La experiencia de dos milenios nos enseña que, en esta obra fundamental, la misión de todo el Pueblo de Dios no existe ninguna diferencia esencial entre el hombre y la mujer. Cada uno en su genero según as característica específicas de la feminidad y la masculinidad, llega a ser ese "hombre nuevo", es decir, ese hombre "para los demás" y, como hombre viviente, llega hacer la gloria de Dios, en el sentido jerárquico, está dirigida por los sucesores de los apóstoles, y, por lo tanto, por hombres, es todavía más verdad que, en el sentido carismático, las mujeres la "conducen" igualmente, e incluso mejor todavía: os invito pensar frecuentemente en María, la Madre de Cristo.

    Antes de concluir este testimonio basado en vuestras preguntas, quisiera una vez más dar las gracias muy especialmente a los numerosos representantes de la juventud francesa que, antes de mi llegada a París, me enviaron millares de cartas. Os agradezco el que hayáis manifestado este vínculo, esta comunión, esta corresponsabilidad. Y deseo que ese vinculo, esta comunión y esa corresponsabilidad continúen ahondándose y desarrollándose tras nuestro encuentro de esta noche. 

    Os pido también que reforcéis vuestra unión con los jóvenes de toda la Iglesia y de todo el mundo, en el Espíritu de esta certeza de que Cristo es nuestro camino, la verdad y la vida (cf. Jn. 14, 6) 

    Unámonos ahora en esa oración que Él mismo nos enseñó, cantando el "Padre Nuestro". Y recibid todos, para vosotros, para los chicos y chicas de vuestra edad, para vuestras familia y para los hombres que más sufren la bendición del Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro. 

    "Padre nuestro que estas en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal, Amén". 

    El Papa a los jóvenes de Francia, Junio de 1980

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